¿De dónde viene la escritura? ¿Dónde nace el impulso creativo que mueve a escritores (profesionales o amateurs) a llenar páginas y páginas, pantallas infinitas también, de palabras que traman relatos o poemas que conmueven, interpelan, enojan o maravillan? Inspiración, impulso, necesidad de decir, aullido, trabajo: escribir es un ejercicio misterioso y posible, que tiene que ver con la lectura, pero también con la creatividad, la inventiva, el juego, el hambre de expresar.
Para escribir se necesita, sin duda, leer porque, ya sabemos, la literatura se escribe desde la literatura. Pero también, lo cierto es que para escribir se necesita escribir. Es decir, tomar la pluma, lapicera o birome, el cuadernito, compu o el celu y anotar ideas, frases, sensaciones, un verso, una imagen, palabras que traerán más palabras. Y entonces una voz, un recorrido, una mirada (desde la alcantarilla, diría Pizarnik); una peripecia, un tono, ciertos temas. Porque escritores profesionales o amateurs, de tiempo completo u ocasionales, de bares o de playa, ponen una palabra primero y otra, después y otra más, y así.
Pero ¿cómo empezar? ¿por dónde? Los libros de escribir traen propuestas, ideas, secretos de escritores, ejercicios, desafíos y enigmas, juegos lingüísticos, divertimento literario. Los libros de escribir son un género particular, y también un juguete para usar y usar hasta gastarlos. Son trampolines mágicos, incitadores de aventuras personalísimas, estimulantes e inquietantes, subversivos, seductores. Libros infaltables en la vida de muchos escritores. Y en la mesita de luz, para cada buenos días-
Y entonces, el taller hecho libro. Porque Factotum Ediciones se largó con su colección Tinta, libros totalmente experimentales que invitan al riesgo, al juego, a poner cuerpo y emociones en palabras. El último de la serie es (por ahora) Ahora escriba usted – 25 ejercicios de escritura, de Mariano Quirós, autor chaqueño súper premiado, que parte de un relato: “Como a todo el mundo, la pandemia me agarró desprevenido. También me agarro en plena crisis laboral. Un par de meses sin cobrar, el alquiler comiéndome los talones y el ánimo, como es de suponer, en picada. No soy un hombre que sepa hacer muchas cosas. En realidad, soy bastante inútil. Además, ya estoy grande y no es cuestión de improvisar. Desde el Paraná me llegaban los mensajes de whatsapp de Franco, que por su conexión endeble podrán caer a cualquier hora. De madrugada, por ejemplo, cuando las ideas y las lecturas suenan más atravesadas. Que no perdiera tiempo, decía Franco, que el taller ya lo tenía, que normas era cuestión de escribirlo”.
“Un cuento, una novela –intuyo que también un poema, pero yo no escribo poemas – surgen del deseo, de la pena, de la desesperación, quien sabe de dónde. Un taller también se escribe. Así que armé mi propio taller, La luz mala, y yo mismo me apunté”, dice el autor de Una casa junto al tragadero y Campo del cielo, entre otros títulos.
Quirós propone ejercicios que abrevan en la experiencia personal de quien se le anime: “Retorne usted a la niñez”, “Adolezca usted un poco”, “Altere usted su rutina”, “Saque el monstruo que hay en y usted”, “No se enferme, usted”, “Violéntese, usted” y más. A cada ejercicio, detalladamente propuesto, sigue el trabajo del primer integrante del taller, es decir, de Quirós. Un ejercicio de escritura con la escritura (y contra, y desde, y entre, para volver a las premisas de Grafein) pero que solo un escritor podía inventar, desplegar, y aceptar como auto-desafío.
Juego, pasión, modo de vida, fuente y remedio de ansiedades, preguntas e iluminaciones fugaces, pozo de hallazgos, alegrías, calenturas, llantos y risas locas, todo hecho de (desde, para, entre, hacia, por, entre) las palabras. Sólo se trata de elegir el juego y dejarse llevar.
Ahora, es su turno.