POR MARTÍN KOHAN
Hay cosas que son significativas, no porque suceden, sino porque no suceden. Y es esa abstención, es esa vacancia, lo que les da su entidad. Un ejemplo concreto, y por demás relevante: el hecho de que no haya habido casos de justicia por mano propia contra los represores de la última dictadura militar, incluso ahí donde imperaba la más indignante impunidad.
¿Y en cuanto a la literatura? Porque la literatura, excepto que se adscriba al realismo, no tiene por qué supeditarse a lo que es, a lo que existe; y aun siendo literatura política, no tiene por qué atenerse a los hechos, a la realidad de lo que pasó. Ese acto, sin embargo, el de la justicia por mano propia, no consta tampoco en la literatura, es decir tampoco como especulación ficcional, sino de una manera notoriamente esporádica, con el antecedente singular de Calle de las escuelas n°13 de Martín Prieto, de 1999. Llama la atención, precisamente por eso, que este mismo año dos novelas lo planteen: Quemar el cielo de Mariana Dimópulos, publicada hace un par de meses, y ahora, recién editada, Hasta que mueras de Raquel Robles.
Raquel Robles compone su novela en torno de dos cuestiones nodales: la de la derrota y la de la venganza. La derrota: asumir esa derrota, la de los proyectos revolucionarios de hace medio siglo, lo que supone interrogarla y tratar de resignificarla. La venganza: narrar una venganza, la que emprende Nadia de manera fría y serial, para conmover lo irreparable sin que deje de ser irreparable.
Nadia es una criminal y lo asume. Sus crímenes reciben castigo y no apela. No es siquiera una heroína. Apenas alguien que actuó.
Los dos epígrafes de Hasta que mueras pueden llegar a resultar sorprendentes; tal vez no por separado, pero sí en su combinación: primero, Juan Gelman, sobre la derrota, la idea de matar a la derrota como si se tratara de matar a alguien; después, Borges, la idea de que la venganza puede ser no menos vanidosa y ridícula que el perdón. La cita de Borges habilita que, eso que no dejaba de ser abstracto en el poema de Gelman, asuma un carácter concreto. Y ahí se inscribe la narración de Hasta que mueras.
La destreza narrativa de Raquel Robles imprime sobre las voces del relato un carácter fantasmal, aun cuando designen acciones materiales muy concretas; y aun algo más bien propio de las alucinaciones, aunque refieran realidades históricas reconocibles (algo había de este inquietante efecto también en Papá ha muerto, de 2018,con el Che Guevara de por medio). Hasta que mueras combina así un registro seco, despojado, informativo, documental (como el segmento que Bolaño dedica a las muertas de Ciudad Juárez en 2666), con un registro espectral que no resulta menos tangible que el otro.
Pero hay un giro decisivo en la novela, y es cuando la justiciera y vengadora niega tanto lo uno como lo otro: “Ni siquiera la venganza existe en realidad. Nada puede equipararse a lo que nos hicieron. No hay ojo por ojo”, declara. Y agrega un poco después: “Yo no hice justicia por mano propia porque no hice justicia, ya se lo dije”. Se trata más bien de algo que denomina “justicia poética” y que le permite, por una parte, evidenciar que “en este país se pueden hacer las mayores aberraciones sin que tengan consecuencias”; y por otra parte, marcar un contraste entre su tesitura, que es asumir tanto la responsabilidad como las derivaciones de los crímenes cometidos, y la de aquellos que muy lejos están o estuvieron de hacer lo propio. Este viraje asume un carácter que cabe entender como una interpelación moral. Raquel Robles la encara resueltamente; tanto como para dirigirla más allá de la ficción de la novela: “Odio a toda la gente que vive como si no hubiera pasado lo que pasó. Como si no pisara huesos de muertos cada vez que sale de su casa”. O también: “A veces la bronca un poco se traslada a los que saben que pasó una atrocidad y no reaccionan, no hacen más que hacerle ese tímido vacío a uno de estos monstruos”.
Dice “a veces”, dice “un poco”; dice “bronca”, dice “odio”. Hasta que mueras se encarna como afección, pero en su giro de interpelación lo que busca es afectar: dirigirse a la falta de reacción, al aquí no ha pasado nada, para tratar de sacudirlos.