“Hay una traición potencial en todo vínculo y hoy está naturalizado el consumo de carne animal. Pero ¿no es también una traición a la naturaleza? […] Lo que nos separa del consumo humano es un tabú cultural”, dice la escritora Agustina Bazterrica, autora de la novela Cadáver exquisito, como si un tabú cultural fuera poca cosa. “La imagen idílica que uno tiene de la naturaleza se acaba cuando uno hace pie ahí. La naturaleza en soledad puede ser algo perturbador”, parece responder el chaqueño Mariano Quirós, autor de Una casa junto al tragadero. “Todos somos potencialmente monstruosos”, se suma la cuentista Samanta Schweblin, “aunque preferimos pensar que lo monstruoso siempre está afuera”. “A mí me gusta pensar que en todas las cosas se esconde lo innombrable, lo misterioso, lo incomprensible”, tercia la mendocina Liliana Bodoc, conocida por su popular Saga de los Confines. “En mi caso, la escritura me fue útil para racionalizar aquellas experiencias que en un primer momento parecían no tener explicación”, agrega Pablo De Santis, cuyo trabajo en la literatura policial, la literatura infantil y la historieta es harto conocido.
La posibilidad de construir hipotéticos diálogos como el anterior es uno de los atractivos del libro Café literario. La pulsión de escribir (Factotum Ediciones), en el que Verónica Abdala compila fragmentos de las decenas de entrevistas a escritores que realizó en sus 25 años de vida periodística. Piezas aparentemente sueltas, pero que permiten trazar líneas de sentido y tender infinitos puentes temáticos, aunque la literatura y su universo funcionan como un eje central que las organiza. Ese carácter fragmentado permite que Café literario pueda ser leído sin necesidad de seguir el orden estricto de la numeración de sus páginas. Al contrario, resulta placentero perderse en ellas, buscando lo que tienen para decir de distintos asuntos figuras como el peruano Mario Vargas Llosa, el español Juan José Millás, los argentinos Josefina Licitra y Héctor Tizón o el chileno Ariel Dorfman. Ninguna de las piezas seleccionadas por Abdala carece de valor. Los retratos de cada autor, realizados por el ilustrador Tomás Gorostiaga con tinta y agua de café, potencian ese espíritu de charla de sobremesa que recorre a todo el libro.
Pero un trabajo como Café literario también plantea otros interrogantes. Porque si bien no llega a poner en cuestión la noción de autor, sí dispara algunas preguntas sobre el asunto, que, en definitiva, no se alejan mucho de aquellas que André Bretón dejó abiertas cuando se le ocurrió plantar un mingitorio sobre un pedestal. Está claro que Abdala no tiene la actitud provocadora del francés, quien con su gesto no solo problematizó la noción de autoría sino la del arte mismo. Sin embargo, al firmar como propio un libro compuesto por una constelación de textos ajenos, es inevitable preguntarse qué significa, al menos en este caso, ser un autor.
Una respuesta posible, una que le resulta conveniente a quien firma este artículo, tiene que ver con la puesta en valor de un oficio cada vez más denigrado, como el periodismo. El periodismo en general, por supuesto, que atraviesa un estado crítico que no solo tiene que ver con una reestructuración tecnológica que afecta a su modelo empresarial (y, por lo tanto, a sus trabajadores), sino con una profunda crisis de valores que socaba la ética misma de la actividad. Pero además, tratándose de un libro de entrevistas a escritores y escritoras, el gesto de Abdala revaloriza también el difícil trabajo del entrevistador y, en particular, el que realiza el periodista cultural.
Porque es muy difícil responder con profundidad o inteligencia a preguntas superficiales y estúpidas. Y hay que estar muy preparado para sentarse a la mesa de un Premio Nobel y convertirse en un interlocutor válido. En ese terreno, Abdala exhibe como medallas el mérito de haber intercambiado preguntas y respuestas no solo con uno, sino con tres Nobel de Literatura, como el sudafricano J. M. Coetzee, al portugués José Saramago y el propio Vargas Llosa. También ha tenido el honor de entrevistar a primeras figuras de la literatura mundial, como los estadounidenses Ray Bradbury y Erica Jong o el polaco Ryszard Kapuściński, y a destacados representantes de la literatura iberoamericana y argentina. Si de algo da cuenta ese corpus compacto conformado por todos los fragmentos recogidos en Café literario, es de la capacidad de, sí, su autora, para obtener esas respuestas valiosas de sus entrevistados. Ese, ni más ni menos, es el trabajo de un buen periodista cultural.