Hay algunas historias que, de tan trágicas, solo pueden ser contadas desde un lugar que admita alguna clase de humor, incluso, la parodia. Así ocurre en Brujas de Carupá, la nueva novela Luis Mey, donde el horror surge a partir de un punto de vista que recuerda aquella célebre frase de que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia. Trascender las convenciones que tienen los géneros literarios es lo que viene haciendo desde hace años el autor de Los pájaros de la tristeza, sobre todo desde la publicación de su Trilogía Desgarrada (Las garras del niño inútil, De verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo y Los abandonados). O como señala Luis Mey a propósito de Brujas de Carupá: “Primero apareció un ambiente, personaje fundamental para la construcción narrativa: Carupá. Y luego todo el resto. Me interesaba trabajar la historia partiendo de lo que podía parecer una comedia para que luego surgiera el terror en su mejor presentación: de repente, ahí. Me parece que las novelas no tienen género. Una novela puede tener todos los géneros dentro de ella. Pero si hay uno que me parece lo suficientemente amplio para ser género en sí es la idea de terror, al menos como aquello que viene a instalarse de a poco sin importar qué pase después: el miedo, quizá”.
Pero no será el miedo lo primero que irrumpa en Brujas de Carupá sino una profunda empatía que el lector tendrá con Arnaldo, personaje principal y narrador de la historia, gracias al trabajo exhaustivo que Luis Mey lleva a cabo con el lenguaje para representar la realidad conceptual y afectiva de un niño que pareciera tener serios problemas cognitivos, entre otros; si bien nunca expresados directamente por la familia aunque sí con eufemismos despectivos y violentos por algunos vecinos de Carupá que ignoran el don sobrenatural que tiene el niño.
“Mami puede decirme estúpido porque ella es la que dice que los demás no pueden. Eso ya me lo explicó hace un montón y yo le digo que sí y me dice entendiste y yo digo sí, sí, sí porque ella es la que dice lo que se hace mal, que es lo que le pone la cara cuando decimos Carupá o abuelo”. Inocente, tierno y sensible, Arnaldo vive en una casa humilde junto a la madre y su abuela que pareciera estar enferma de Alzheimer aunque en realidad tiene serios motivos para ocultarse, excepto con su nieto que suele llevarla en secreto al cementerio para realizar rituales de hechicerías. Los problemas económicos son parte de la realidad de los adultos; pero Arnaldo está instalado en otro plano, una dimensión que va surgiendo lenta, gradualmente, como un dibujo infantil que revela un secreto oscuro que no es tan sencillo decodificar. Y en esto estriba lo más logrado del libro; el modo con que Luis Mey aborda los dos planos para mantener el suspenso sobre la veracidad de lo que el niño piensa y expresa en relación a las cosas que le ocurren contra su voluntad. ¿Será todo parte de su fantasía o realmente Arnaldo está inmerso en una familia excepcional con una abuela bruja y una madre que por alguna razón se niega a utilizar los poderes que heredó? Porque por un lado, la cotidianidad está colmada de momentos desopilantes y hasta grotescos, donde la sexualidad se vive, por distintos motivos, sin complejos ni tabúes a través de una madre que, al enviudar y luego de fracasar en otros intentos, se pone en pareja con una vecina y juntas se meten en todo tipo de problemas donde no faltan descarnadas peleas con vecinos y discusiones por un par de zapatillas que, en su valor simbólico, introduce la posibilidad de una reflexión muy interesante en torno a las clases sociales más desposeídas y las estigmatizaciones.
“Porque mami ayer nos llevó de la mano a Carupá que es donde podíamos cambiar las zapatillas, y dijo que se puede si hablás bien con la gente que vende zapatillas de ahí y lloró y Jésica le dijo yo te dije, te dije que tenías que reclamarle a la vieja puta esa que lo hizo trabajar al pobre y le dijo mogólico, yo te dije, así que mami lloró y le dijo a Jésica ya no sé qué hacer, ya no sé, cómo pueden pasar esas cosas, qué culpa tengo de lo que hacía mi mamá”.
Y por el otro, el universo introspectivo de Arnaldo que se siente atormentado por el espíritu de su abuelo que habita en su mente y lo lleva a realizar acciones desgraciadas que involucran también a sus amiguitos y su vida escolar colmada de incomprensión y desprecio por momentos. Una vuelta de tuerca en la parte final de la trama irá uniendo los cabos sueltos sobre los poderes sobrenaturales que tienen la abuela y la madre del niño que, también, deberá cumplir con un destino pautado, maldición hereditaria como sucede en toda tragedia. Un padre y un abuelo muerto configuran la trama secreta de espíritus atormentados y sed de venganza. “Yo no soy malo”, le dirá el espíritu del abuelo a Arnaldo, “yo soy lo que puedo ser con lo que hicieron de mí. Y ahora no puedo evitar ser yo, que es lo peor de no ser el yo que podría haber sido de no haber estado con las personas con las que estuve”. Luego, finalmente: “Todo lo demás, Arnaldo, para vos será futuro, porque nadie podrá tener tanto futuro como alguien que no reconoce pasados. Saliste medio chanfleado, eso lo sabés”. Un secreto oculto será el hilo conductor que provoque la desgracia de una familia que detrás de las apariencias sufre como un karma sus poderes para realizar milagros. Y todo por intentar sostener una ética del bien. Hay personas buenas y otras incapaces de hacer el mal. Arnaldo tendrá que descubrir esa diferencia por sí mismo.
Entre lo fantástico y el género de terror, Brujas de Carupá retoma una temática recurrente pero siempre renovada en la literatura de Luis Mey: la infancia y su entereza frente a la vulnerabilidad, la necesidad de escapar de un mundo adulto regido por una violencia que se manifiesta de múltiples maneras y en distintos planos de una misma realidad.