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Retratos hechos con tinta de café, en un libro para amantes de la literatura

Como un coro de 37 voces, los testimonios de escritores contemporáneos que comparten las páginas en “Café literario”, de Verónica Abdala, conducen a algún descubrimiento. Por Daniel Gigena.

En veinticinco años de trabajo como periodista cultural, a Verónica Abdala (Buenos Aires, 1973) le tocó entrevistar a distintos escritores para medios gráficos como LA NACION, Clarín y Página 12. Para Abdala, las mejores entrevistas son aquellas en las que los entrevistados descubren algo que no sabían de sí o que no tenían previsto decir. “O sea, las que conducen a algún descubrimiento”, dice. En su nuevo libro, Café literario (Factotum) reúne no las entrevistas completas (algunas de ellas se pueden rastrear en el ilimitado archivo digital) sino pasajes en los que los autores revelan algo significativo o valioso en relación con la vocación literaria o la forma en que ejercen el oficio. Un coro de 37 escritores -tres Premios Nobel de Literatura entre ellos: José Saramago, Mario Vargas Llosa y J. M. Coetzee- brinda claves en esta suerte de taller literario impreso.

“Es un libro a caballo entre varios géneros: el de las entrevistas a escritores, si es que a partir de antecedentes como el de The Paris Review convenimos en que lo es, y el de los libros ilustrados, porque los fragmentos de esos diálogos llegan acompañados por sutiles retratos que hizo Tomás Gorostiaga con tinta de café”. Con ese ingrediente, el artista retrata a escritores extranjeros como el estadounidense Ray Bradbury, la española Rosa Montero y la mexicana Elena Poniatowska, y a narradores argentinos como Héctor Tizón, Andrés Rivera, Guillermo Martínez, Leila Guerriero, Samanta Schweblin, Julián López y Agustina Bazterrica. Cada retrato antecede los fragmentos elegidos por Abdala, ella también retratada con tinta de café por el artista.

“La propia voz es la manifestación de tu ser con entera libertad. La escritura o el relato también son actos de libertad. Para escribir, es preciso ser fiel solo a uno mismo, y el tono es una cierta música que requiere cada relato”, se lee en “Libertad”, en las páginas dedicadas al tucumano Tomás Eloy Martínez. “A mí me gusta pensar que en todas las cosas se esconde lo innombrable, lo misterioso, lo incomprensible, y es cierto que mi literatura habla de eso. Creo que hay una energía oculta o subterránea que nos hunde o nos salva”, revela la santafesina Liliana Bodoc a Abdala, en el apartado “Lo incomprensible”. Y de Vargas Llosa, en “Marca personal”, se consigna una máxima: “No tengo ninguna duda: la literatura es un arma. Un arma que puede empuñarse en defensa de los valores, los derechos humanos, la libertad, la justicia”.

Al seleccionar los textos, Abdala tuvo su propio descubrimiento. “Una de las sorpresas que revela la serie es que, incluso en el caso de los autores célebres, para ellos la vocación y la literatura siguen siendo, en parte, un misterio, solo que lidian con él. La incertidumbre es un elemento con el que los autores conviven. No escriben a partir de certezas sino, la mayoría de las veces, de preguntas que asumen para encarar una búsqueda estética”. Confesiones, pistas e intuiciones orientan a los lectores en la búsqueda de verdades literarias.

-¿Cómo elegiste los temas para cada autor y autora?

-Más bien entrené, durante las charlas y luego, en la selección de los pasajes publicados, la capacidad de escucha, algo que a veces pienso que se está perdiendo en estos tiempos en que muchos periodistas parecen más preocupados por lucirse que por dar cuenta de la voz del entrevistado. Sigo creyendo que nuestro trabajo pasa, en gran parte, por entrenarnos en la empatía de comprender a quien tenemos delante; oponiendo si es necesario una mirada crítica, pero no necesariamente confrontativa: en el caso de los autores es mucho más interesante asomar al universo que implican y que no conocemos, más allá de que hayamos leído sus obras.

-¿Qué se aprende del arte de la entrevista y cuáles son las claves a la hora de entrevistar a escritores?

-Una de esas cosas que creo que se aprenden es que la oralidad siempre produce un efecto “de verdad”, pero lo cierto es que también los entrevistados construyen ficciones al contar quiénes son y qué hacen. El relato que proponen en una entrevista también es una construcción, para la que además hacen uso de las herramientas de la literatura, a la hora de “contarse”. Y creo que la empatía, esa capacidad de la que hablaba, pasa también por generar un marco de confianza para que se animen a exponer sus contradicciones. Incluso, todo eso que les disgusta de lo que hacen y son. Porque la verdad está en esa interacción que se va a generar entre entrevistador y entrevistado, no únicamente en lo que el entrevistado tenga previsto “decir”. Muchas veces, las entrevistas se producen en el marco de presentaciones de libros que ellos deben promocionar, o de eventos culturales, pero hay que sacarlos de la pose, y además entender que en esa simulación también hay una cuota de verdad: eso que la persona muestra es lo que aspira ser, aunque no solo sea eso. La apasionante aventura que nos implica, entonces, es intentar entender quién es, para saber también algo más acerca de lo que somos y desconocemos de nosotros mismos.

“Yo creo que la literatura es un lujo, incómodo, la mayoría de las veces, para la sociedad -se citan las palabras de Vlady Kociancich-. Como todo arte, es un lujo y a su vez es un milagro, porque es gratuito e imprescindible. Sin la literatura, la humanidad no tendría memoria de sus mejores momentos, ni de su continuidad”. Café mediante (o té, como le gustaría a Katherine Mansfield), las páginas del flamante libro de Abdala invitan a la reflexión y permiten un acercamiento a métodos de trabajo y poéticas de autores admirados. Y por si fuera poco, gracias a la conversación infinita que fomentan la lectura y los libros, alientan a los que quieren escribir.

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