Asunto Impreso

Reseña: Animales, de Santiago Craig

Otras maneras sensibles de habitar el mundo

Cada tanto un libro de cuentos funciona en su conjunto como una constelación. Más infrecuente es que lo haga con la potencia evocativa de Animales, cuarto libro de relatos de Santiago Craig (Buenos Aires, 1978), que en el recorrido de sus historias muestra otras maneras de habitar el mundo.

La primera clave de ese modo diverso de ordenar lo real aparece en “Después del oso”, el cuento que abre la selección y cuenta la historia de una comunidad fundada alrededor de una escena mítica, real o imaginaria: una camioneta traslada a un oso a Misiones para cumplir el capricho de un gobernante, pero antes de llegar, el motor se para en un pueblo y no pueden seguir. Tras varios intentos, el vehículo termina por funcionar cuando bajan al oso. Así los pobladores toman al animal como patrono y viven alrededor de su figura. Lo animal y lo divino, que suelen ser tenidos por extremos opuestos, aparecen enlazados en el relato.

No por eso se trata de fábulas, ni de leyendas. Los dieciocho cuentos de Animales se las ingenian para transitar géneros que van de un realismo íntimo y cotidiano hasta un fantástico local, con metamorfosis que ocurren en universos urbanos reconocibles. Eso sí, sin excepción, la presencia de un animal en la historia trastoca la perspectiva de la hegemonía humana para operar sobre la realidad. En “Mamá búho”, por ejemplo, un hombre convive de día con su esposa, que, poco a poco, se va convirtiendo por las noches en un búho. Es una suerte de rutina familiar con un creciente extrañamiento lleno de ternura.

La escritura de Craig muestra imaginación, y al mismo tiempo, tiene un pulso vital capaz de volver verosímil cualquier escena. Esa cualidad aparecía ya en su novela Castillos, la historia de una familia en unas vacaciones llenas de extrañeza y felicidad. En los cuentos de Animales, las imágenes se enlazan buscando el filo de las palabras con que cortar el hielo del sentido común. En relatos como “Papá dragón” el lenguaje se eleva incluso hasta alcanzar escenas de una poesía singular. “Todos en mi cabeza tenemos mi voz aquella tarde en la playa: él, los chicos grandes, el mar, la mujer que grita auxilio, los vendedores de helados, las gaviotas, yo. Cuando me acuerde un día este silencio del auto, esta ruta blanca va a tener también mi voz: no hay recuerdos sin mí”.

La totalidad de los cuentos presentan un imaginario sobre los animales que refleja la vida contemporánea. Hay eventos sobrenaturales, escenas domésticas, mascotas, encuentros inesperados y mitos, pero más que ninguna otra cosa, las historias revelan la coexistencia entre lo humano y esas formas de vida que aparentan no tener lenguaje pero, aún así, contienen una experiencia vital y sensible tal vez más grande.

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