Por Pablo Américo.
En la biblioteca de Raquel Robles sobresalen los ensayos y tratados sobre filosofía y ciencias sociales. Destacan, puestos uno al lado de otro, seminarios y clásicos de Michel Foucault, Paul Ricoeur y Roland Barthes. Observándolos, como lector y entrevistador, pretendí ver, insinuándose, pistas de algunas de las inquietudes que Robles, quien es escritora, periodista, docente y militante, parecía recorrer en su obra. Mecanismos de opresión y control, el lenguaje y la lengua, las mitologías, la memoria colectiva, la justicia, como ideal, y su encarnación, más que imperfecta, en el poder judicial; todos esos elementos podían estar ahí, a la vista, entre los libros de no ficción que componen su biblioteca personal. Raquel pronto desmontó mis hipótesis periodísticas.
Da la sensación que toda tu obra toca temas muy similares, pero haciendo diferentes experimentaciones sobre el lenguaje. La dictadura, el sistema judicial, la militancia. ¿Realmente va por ahí? ¿Cómo encaja esta novela en esa serie de obras?
Debe haber algunos temas que para el lector aparezcan en toda la obra, pero no sé si es tan así. Si hay un tema presente siempre es la perdida, pero no la dictadura o la militancia. A ver. Escribí Pequeños combatientes, que es un libro que está más anudado ahí, y, después, Papá Ha Muerto que es un libro donde la militancia es muy importante, pero bueno, sucede en otro país, en otras circunstancias. Si querés, en cuanto a temática, este libro puede ser como una especie de continuación o reverso de Pequeños Combatientes. En mi trabajo como escritora empezaron a preocuparme más o con mayor profundidad las experimentaciones en relación a la lengua. Hasta Perder, La dieta de las malas noticias, e incluso Pequeños Combatientes (aunque tiene cierta experimentación en el sentido de encontrar una voz infantil, digamos) lo que primaba más para mí era la necesidad de contar una historia o la historia como motor para después pensar una estructura. Después, en Papá Ha Muerto, La Política Del Detalle, y este mismo libro, Hasta que mueras, no es que las historias no tienen importancia, por supuesto que la tienen, pero fueron encontradas. Se torna más protagonista de mi trabajo lo que estoy pensando en relación a cómo el lenguaje se ve impactado por esa historia que la historia en sí misma.
Y ese cambio o progreso hacía pensar más el lenguaje ¿es por una influencia de una lectura? ¿Es un comentario sobre la literatura?
No. Si, digamos, cambio mi forma de leer y cambio mi forma de escribir. No sé muy bien lo que se está haciendo en literatura, de verdad, soy muy poco lectora de mis contemporáneos y contemporáneas. Lo que leo, lo que me llega, creo que está bastante distante, pero no quiero decir que sea así porque la verdad conozco muy poco de lo que se está haciendo. Por una cosa que estaba escribiendo me puse a leer a Kafka de una manera distinta, entonces empecé, o sea´, leí no solamente toda la obra, que no es muy difícil porque no es una obra tan extensa, sino que leí mucho, no todo, porque es imposible, pero muchísimo de lo escrito sobre Kafka, que eso sí es mucho más extenso, y durante dos años casi no leí otra cosa. Entonces, esa forma de leer mucho más allá de la historia, bueno, modificó mi forma de escribir radicalmente y a partir de ahí, de hecho, perdí mi lectura recreativa. Yo era una gran lectora, inclusive de best-sellers. Los best-sellers lo que tienen es que tienen gran predominio de la historia y que está bien contada, en el sentido que, aunque puedan tener clichés, que muchas veces los tienen, están donde tienen que estar. Y la verdad es que yo tenía mucha lectura de eso, mucha lectura de vacaciones. Leía todo el tiempo, y lo que esperaba de un libro era que me cuente y que la historia se sostenga.
Y en Hasta Que Mueras, tu última novela, hay una historia que se sostiene y al mismo tiempo hay una búsqueda del lenguaje…
Bueno, claro, la cuestión es encontrar esas dos cosas, que es lo más difícil, creo, cómo poder hacer que engarcen. También es cierto que, por ejemplo, si lees un libro como Madame Bovary, donde el protagonista es el lenguaje, también es cierto que lo que le pasa a ella es muy conmovedor, la verdad es que no querés dejar de saber lo que le pasa, y qué pasa con sus amantes o cómo se le van rompiendo las cosas, o sea, hay un engarce que es muy interesante. Un poco más radicalizado sería el Ulises que realmente lo que pasa es la nada misma, pero lo que pasa en el lenguaje es tan fuerte que medio que lo que le pasa al protagonista lo pasas por alto porque es muy fuerte lo que hace Joyce con ese proyecto literario.
En Hasta Que Mueras, también, hay una relación con tu biografía, pero al mismo tiempo no, porque no es un libro autobiográfico, ¿cuál te parece es la relación entre la autobiografía y tu escritura o, más en general, la relación entre la autobiografía y la escritura?
Mira, pensando en Kafka, en general, se piensa lo autobiográfico como el dato. Qué le paso a él y después qué les pasa a sus protagonistas, a sus personajes. Te digo él porque es el que tengo más presente en este momento. La verdad es que es muy autobiográfico porque son sus preocupaciones. La historia no tiene mucho que ver con su vida, que era una vida donde pasaba bastante poco, pero sus preocupaciones están muy en esos libros, entonces es muy autobiográfico y, sin embargo, lo autobiográfico está en la energía de esas anécdotas puesta en otras anécdotas; pero esa energía es vivencial, no es la propia experiencia. En este caso, mi biografía me dio un montón de material y me llevó a conocer un montón de historias que tal vez otras personas no conozcan, o conozcan más mediadas, por haberlas leído. A mí me tocó de una forma más cercana y las historias que yo conocía me dieron la oportunidad de preguntarle directamente a los protagonistas. En ese sentido, mi biografía me proporcionó mucho material. Me suele proporcionar mucho material. Mismo, en Pequeños Combatientes (que es el libro que se supone que es más autobiográfico) la verdad es que lo más autobiográfico es lo que yo intenté capturar en cuanto a las sensaciones, no tanto las anécdotas. Las anécdotas son de un cúmulo de personas o de anécdotas que escuche durante mucho tiempo, y algunas son propias y otras son ajenas. En ese sentido, me parece que lo autobiográfico es fundamental para escribir. Sin que sea yo una vitalista, en el sentido de que hay que vivir cosas para poder escribir, sí me parece que si tenés poca capacidad de experimentar, en el sentido de experienciar, se vuelve más difícil escribir, es más complicado. Entonces, me parece que, aunque no vivan muchas aventuras, aunque no vivan muchas cosas, quienes tienen una sensibilidad que les permita vivirlas imaginariamente, tienen más posibilidad de escribir, de describir sensaciones que le permitan al otro experimentar lo que sus personajes están experimentando. Eso en términos generales. En términos particulares, lo más autobiográfico, y no creo que sea necesariamente mío, es el sueño de que existiera alguien así, de fantasear con ser yo misma, en algún momento… Y sino, bueno que existiera alguien que soportara… Que de alguna manera entregara su propia vida a esto, a esta tarea, un poco como hacen los superhéroes y superheroínas, que su vida privada, de relaciones, es medio pobre o acotada porque tienen una misión de salvar al mundo.
Y el hecho de que esta superheroína sea mujer, ¿es algo deliberado o arbitrario?
Es deliberado en el sentido de que me interesaba mucho la relación madre-hija, me interesa en general, y también como el protagonista o el narrador, mejor dicho, es un varón. Me interesaba un poco encontrar esa voz, a ver si me salía esa voz, no te digo masculina, no sé si hay una voz masculina y femenina, no sé qué sería eso, pero en todo caso, cómo imagino que un hombre de esa edad puede pensar o armar su sintaxis. Entonces, en ese sentido me parecía que estaba bueno que el contrapunto fueran dos mujeres. Y, también, me parece que, salvo excepciones muy excepcionales, es difícil encontrar que los varones… O sea, los varones no sacrifican su propia vida porque sienten que sacrificar su propia vida es en el caso de una vida de relación, cuidar a los hijos o a las hijas es sacrificar su vida, lo otro es ser quienes son, trabajar o hacer lo que cada varón entienda como trabajo. Para sacrificar la vida, en este sentido, tiene que ser una mujer, porque en el sentido común una mujer sacrifica su vida cuando abandona su vida de relación y hace lo que le parece que tiene que hacer, y deja en segundo, tercer o último planos sus vínculos amorosos, la posibilidad de tener hijos, eso es lo que se siente como un sacrificio. Nadie piensa que el Che Guevara sacrificó su vida, salvo cuando lo mataron, pero estaba haciendo lo que quería hacer y eso no es ningún sacrificio.
Y en este lugar fronterizo de la justicia, digamos, de la posibilidad de actuar por fuera de los límites de la justicia institucional y ser superheroica, ¿existe un paralelismo con algunas modalidades de los feminismos contemporáneos? ¿Fue buscado ese paralelismo?
Me parece que se dio y, por otro lado, es algo que pienso hace mucho tiempo, que lo que sucede en la justicia, o sea, en el aparato judicial, es muy difícil pensarlo como justicia en el sentido de lo justo. Es como lo que esta sociedad tolera, lo más que tolera. Pero no porque me parezca que el mano a mano sea más justo, me parece que está bueno que esté mediado por la comunidad, que no nos deje uno a uno resolver las cosas, pero sí por otro lado la construcción de la justicia es una cosa muy distinta y muy distante a lo que sucede en el aparato judicial. Entones, me parece que es cierto que la Argentina es un ejemplo en relación al mundo y que ha juzgado genocidas, pero porque el mundo es una porquería, porque el mundo es el reino de la impunidad más absoluta. Es lo más que se puede pensar en un mundo donde el capitalismo parece inevitable, parece lo más natural. Esa naturalidad del capitalismo, este capitalismo, logró juzgar a algunos genocidas como si no fueran genocidas, como si fueran delincuentes comunes, porque el código penal es el mismo para un delincuente común que para un genocida. Me parece que los feminismos también intentan pensar otra justicia. Si bien hay expresiones más punitivistas que otras, etcétera, hay una idea de pensar cómo sería una justicia feminista, porque está claro que esta justicia es patriarcal, es machista, tiene lo peor de cada casa, digamos, lo más retrógrado de la sociedad está en los jueces y las jueces, más allá de lo que personalmente sean esas personas. Cómo pensar una justicia que nunca va a ser justa, en el sentido de que hay irreparables que son irreparables, nunca va a haber una satisfacción porque ni siquiera matar a otra persona satisface o deshace lo hecho; pero entonces en todo caso que se acerque más a reparar en el tejido social, que no repare en la persona, pero que repare el tejido social. Esto que tenemos acá en la Argentina (o que hemos tenido) repara una cierta parte, pero deja una vacante también fuerte en el sentido de reparar el tejido social, como se podría haber hecho, como se podría hacer hoy incluso, en los elementos que hay. Me parece que sí van un poco de la mano las construcciones feministas de pensarlo todo de vuelta, y entre esas cosas pensar la justicia también como algo que falla en lo particular, que se manda cagadas, sino pensarlo como un sistema, como el capitalismo, que no es que el capitalismo este es feroz y hay un capitalismo más blando (por supuesto que hay diferencias, y que no es lo mismo un neoliberalismo terrible que un capitalismo con cierta justicia social, no es lo mismo), pero en todo caso son sistemas dañinos, son sistemas injustos, están construidos sobre la base de que sea injusto. Entonces, podes llevar lo más que puedas a la justicia social, o podés llevar lo más que puedas a la justicia dentro del aparato judicial, pero está construido sobre la base una injusticia estructural.
Sin adelantar la novela, hay elementos que parecen desnudar la incapacidad de la justicia institucional de completar esa tarea a la hora de juzgar a la misma democracia…
Y, claro… Igual habría elementos dentro de esta democracia, se podrían forzar un poco los elementos. Por eso digo que el encuadre democracia-dictadura…. Por supuesto que son situaciones totalmente diferentes, porque te llevan a preguntas diferentes y se sufre de manera diferente, porque no es lo mismo el 2001 con todo lo que tuvo, que una dictadura. Para los que se murieron, por supuesto, la muerte es la muerte, pero no es lo mismo. Sin ser lo mismo, lo que está en juego es qué es justo y qué es injusto, o sea, la democracia no es un sistema justo, es un sistema que se basa en una injusticia estructural, entonces, en esa injusticia estructural se pueden hacer cosas mejores y peores, pero eso no tiene arreglo. No hay forma de que la democracia se juzgue a sí misma y ahí hay un punto. De hecho, De La Rúa salió indemne.