Luis Mey se convirtió, inesperadamente, en uno de los personajes de los que más se habló en el mundillo de los libros en Buenos Aires esta semana. Las felicitaciones que recibió a cada paso durante la fiesta de entrega del XVI Premio Clarín de Novela se multiplicaron en las redes sociales, donde también aparecían fotos y videos que lo mostraban atónito y emocionado, balbuceando un agradecimiento que no tenía preparado. El martes a la noche fue la sorpresa. Claudia Piñeiro comentaba en el escenario de la Usina del Arte –donde tuvo lugar la ceremonia–, la inquietud del Jurado de Honor, que ella presidía. Con Juan Cruz y Eduardo Sacheri ya habían elegido a la ganadora –Bestias afuera de Fabián Martínez Siccardi–, pero tenían entre manos otra novela que les reclamaba reconocimiento. Hicieron gestiones. Consiguieron primero la publicación por el sello Clarín Alfaguara y más tarde la confirmación que les pintaría una sonrisa que les duró hasta el final de la fiesta: acababan de instaurar por única vez el Premio Décimo Aniversario de Ñ, dotado con 50.000 pesos. Hasta ahí, caras de satisfacción y expectativa entre el público. Pero cuando se conoció el nombre del autor de La pregunta de mi madre, por la sala se desparramó una alegría contagiosa. Luis Mey, conocido vendedor de la librería El Ateneo Grand Splendid, subía al escenario secándose las lágrimas como podía. Claro que su nombre sonaba por algo más que por el empleo que lo sostiene desde hace ocho años. Es autor, además, de Los abandonados, Las garras del niño inútil y Tiene que ver con la furia (en coautoría con Andrea Stefanoni, editora, jefa y amiga).
No se lo esperaba. Era la cuarta vez que se presentaba al premio, siempre con obras distintas, y estaba dispuesto a seguir intentándolo. “Las dos primeras eran experimentos lamentables –dice–. La tercera fue Las garras… en su primera versión. Al ser rechazado me di cuenta de todo el pulido que le faltaba para llegar a ser lo que fue.” Una novela agudísima, eso es lo que es, indispensable a la hora de entender por medios literarios la descomposición social de los 90, y cuya recomendación corrió de boca en boca hasta el punto de que varias veces Mey se encontró vendiendo su propio libro ante compradores perplejos. “Puedo decir con orgullo que no lo hice porque lo hubiera ofrecido sino porque me lo pidieron. Y la gente cuando miraba la solapa y me miraba a mí ponía una cara como si estuviera en una experiencia 3D. Esto cuenta en la redacción del diario, a la mañana siguiente de una noche sin sueño y todavía bajo los efectos de la excitación que le produjo el galardón recibido. “A la madrugada, intenté dormir, pero al comprobar que era imposible, decidí que la única manera que tenía de sobrellevarlo era escribiendo. Conté, en una crónica o cuento, todo lo que me había pasado. Si no lo soltaba, iba a explotar”.
—Trabaja desde la mañana a la tarde, desde hace tres años estudia Derecho en la UBA, ¿en qué momento escribe?
—Siempre fui un ladrón de tiempo para dedicárselo a la literatura. En mi casa no hay tele, sólo libros. Me mudé cerca de la librería para no perder tiempo en traslados. Hace 10 años me di cuenta de que escribir es un trabajo constante, tan empeñoso como el de nuestros antepasados cuando araban la tierra. Además me gusta sentir que estoy a cargo de dignificar la cosa. Por eso le dedico todo mi tiempo libre cada día de la semana, incluyendo sábados y domingos.
–¿A qué edad empezó?
–La primera novela, a los 18. De ahí en adelante seguí casi con un par por año. Llevo 39 novelas escritas, la mitad de ellas malísimas pero me sirvieron para experimentar con los géneros.
—La pregunta de mi madre pone en escena a un adolescente que atraviesa el pasaje entre la pubertad y algún lugar más adulto. ¿Cómo pensó ese tránsito?
–Matías conoce a Carolina y se obsesiona con ella. Para atraer su atención le cuenta una serie de mentiras que esconden su realidad de pobreza, pero ni siquiera así lo consigue. Ella se va de vacaciones a Mar del Plata y él decide ir a buscarla para decirle la verdad y que está loco por ella. Ese es el argumento pero la idea es mostrar que el crecimiento es una metamorfosis y por eso duele tanto. Matías siente un deseo enorme y desesperado de que las cosas sean de otra manera. Hay una realidad que quiere cambiar a fuerza de imaginación. Construye una historia y luego quiere ir a decirle la verdad a la chica y en el transcurso, averiguar cuál es la realidad. La novela es la encrucijada entre las ficciones que nos creamos y todo el resto que no se sabe bien qué es. Una cita de Anaïs Nin me dio la idea: “No vemos las cosas como son, vemos las cosas como somos”.
—La cuestión del dinero (y de su falta) está muy presente en la novela. ¿Por qué?
—Cada capítulo lleva como título la cantidad de plata que Matías lleva en el bolsillo, porque ese es el capítulo nuestro de cada día, lo que determina nuestra cotidianeidad. Las cosas que podemos o no hacer según lo que tenemos encima. Además, la novela transcurre en los 90 cuando hay una desfamiliarización del viaje a Mar del Plata. Ya no viaja toda la familia, viaja uno y con suerte, y gracias al sacrificio de otros. De allí, el ruego de la madre: “por favor, pásalo bárbaro porque esto costó mucho”.
—A pesar de los personajes adolescentes, hay en la novela un dramatismo que habla de desgarros profundos.
—Los objetivos pequeños llenan el día de Matías y de Peine, su único amigo: mirar o jugar con el perro, conseguir algún dinero para los cigarrillos o lograr la desatención de una vieja mala dueña de un kiosco para conseguir los cigarrillos gratis. Es lo que pasa en la superficie. El drama se juega en otros planos: no saber dónde se está parado, carecer de interés para los otros, saber que lo que se espera de uno es eso que no podemos dar. Lo que más me gusta de la novela es haber encontrado el tono adecuado para trasmitir esas sensaciones.
—El premio es una puerta para futuras publicaciones. ¿Cuál de todas sus novelas le gustaría que fuera la siguiente?
—A fin de año sale por Factótum el último libro de la trilogía que componen Los abandonados y Las garras…, se va a llamar Es verdad que quiero verte pero llevará mucho tiempo. Después me gustaría que se publicara El comentarista, un policial absolutamente sangriento, que trata sobre los comentaristas de los diarios, esos que opinan por Internet al pie de las notas y dicen cosas que no tienen nada que ver con ellas y se dedican a pelearse con otros que hacen lo mismo. En esta novela hablo de esa locura magnificada en el personaje del comentarista que se transforma en un loco peligrosísimo.