La relevancia de esta obra se anuncia desde el título. La propuesta del libro es poner en el centro la noción del origen. Las historias vienen por las palabras, ellas las traen agazapas. La palabra arcón, armario, arma, armadora de historias. Luisa no escribe sola nunca, siempre está rodeada de objetos preciosos que le pueden, o no, ayudar a pergeñar lo que la palabra le va dictando. En Valenzuela, la escritura es el resultado de la atenta escucha al ruido que tienen dentro cada palabra, sus resonancias y sus armonías, o sus gritos y disonancias. La palabra es una suerte de postigo que, al moverse, libera, pandóricamente, los bienes y los malestares, los secretos y miles de cosas que a primera oída no sirven de nada, pero que luego, re-oídas en conjunto con otras se van abriendo, pero de a poco. Y en sus textos, Luisa no guarda las palabras, al contrario, las va sacando para que juntas digan lo que la historia vaya opalesciendo.
Hay ya aquí una teoría del lenguaje: la palabra no es del autor, no es de nadie, se toman prestadas, se escuchan y se acomodan para que suenen a algo, a una voz que no habíamos escuchado antes. Las historias están entre nosotros, entre las imaginaciones y las memorias, las historias se hacen audibles en los libros, que son como los filtros que las hacen aparecer.
Hay ya aquí una teoría de la autoría: no es el autor el genio creador, el autor no es el origen, es un destino de la historia que le llega para que su escritura la impulse (en diversos géneros, en diversos tonos). Y esto no implica que entonces ya todo está dicho nomás hay que escribirlo, no. Quiere decir que no existen las historias como las conocemos contadas, sino en pequeños elementos incompletos, opacos o transparentes, mudos o estruendosos que se llaman palabras, de ahí que cada una cuenta algo.
Vean qué genialidad: Luisa escribe no a partir de un esquema, sino a partir de la deriva, de los tránsitos, de los unísonos. “Tiramos de una palabra y detrás de nos viene encima el universo” dice Alfonso Reyes; con Luisa la frase florece:
“Estoy avanzando en una historia cualquiera y al llegar a una determinada palabra, ésta pega una cabriola en el aire, cambia de connotación al instante y toda la historia que en apariencia se iba gestando toma un rumbo inesperado. Y más fértil” (17).
Luisa Valenzuela nos pone muy cerca de un asunto que da vueltas en torno a sus derivas: el asunto es que la historia no se cuenta, se rodea, se contornea, se escribe pero nunca se podrá decir del todo. Hay pues un asunto que es lo que no se podrá contar, del todo, que de algún modo permanecerá secreto. Y la escritura es un médium para ir planteando lo decible de la historia. Así, en este texto, hay una serie de relevaciones sobre el momento físico de la escritura como ejercicio mental con el cuerpo. “La escritura es camino de ida hacia la oquedad del desconocimiento. El camino de regreso está hecho de reflexión, de análisis del material, de tratar de llegar a algún acuerdo con una misma y con lo que se ha producido” (20) Aquí no hay hada inspirador, ni iluminación, sino trabajo intelectual arduo y constante.
Las historias vienen de la palabra: esta es la verdadera concepción. Como en esa conocida escena en que una mujer lee y un inoportuno ángel se aparece para avisarle que le cambió la vida porque está encinta. Ya lo estaba, pero no por el aviso, sino porque estaba leyendo. Por eso en la historia cuando se pinta, siempre hay un librito, un atril, una banca. En el texto que presentamos no se aparecen ángeles, se aparecen ideas que nos van metiendo en el tema de la creación, la concepción y la escritura como procesos simultáneos:
“Los detonadores para comenzar el camino de un cuento o de una nueva novela se limitan a una simple frase, un acontecimiento menor oído o imaginado. Al menos en mi caso” (24) y continua:
“Todo esto para reflexionar sobre la posibilidad de que también las dendritas cerebrales respondan a alguna especie de algoritmos, que en definitiva son los que irán armando las historias a partir de palabras sueltas. La magia del lenguaje que lucha por conservar su idoneidad, cabe repetir” (27)
Para Luisa, la literatura es una “espeleología sin casco”, es “una maldición de tiempo completo” porque, cito: “la cabeza no está a salvo: siempre alguna piedra habrá de caérsenos encima, piedras más interiores que externas” (35). Pero también es un ejercicio “acuerpado” (como diría Roberto Cruz Arzábal) para descubrir, para ver más. La indagación por las historias es una pregunta poética pero también política. Cito: “Gracias a la habilidad de leer entre líneas y en los dobleces de las palabras, logramos manejarnos con prudencia dentro del lenguaje de todos los días y detectar las falsedades del discurso de quienes intentan dominarnos, doblegarnos, llevarnos a aceptar una realidad ajena. O simplemente pretenden seducirnos con mentiras” (35).
El libro que presentamos es una pequeña maravilla. Incluye una teoría literaria meditada, dicha con profundidad y seriedad absolutamente claras:
“Toda lectura es un proceso de desciframiento porque también toda escritura lo es cuando respeta los silencios y las amorfas leyes de la ambigüedad. La emoción ante una nueva obra literaria o poética está directamente relacionada con la sospecha de que encontramos en ella algún secreto. La sospecha siempre resulta estimulante, incitadora de nuevas formas de crear. Y de leer. Al menos cuando de poesía o ficción se trata. Porque la literatura es un ente que está vivo, como el pensamiento mismo; la literatura no se ata a contrato alguno y dice lo que dice y también otra cosa. ” (36). Y es justo esa otra cosa que puede decir la historia, la palabra que la cuenta, lo que nos mueve a pensarnos desde otro punto de encuentro. Tiempo, erotismo, secreto, heurística, conciencia: “escribir es para mí un loco intento por meterme en el meollo del secreto en busca de aquello que sabemos perdido de antemano: lo que no puede ser dicho. ¡Qué imán tan poderoso, qué excitante” (49)
Luisa sugiere “escuchar el caracol del lenguaje” como dijo Alfonso Reyes. El caracol, su espiral, me hace pensar otra relación: tanto para Luisa Valenzuela como para Sor Juana, el conocimiento no es un círculo perfecto o cerrado, es una espiral ascendente, abierta y que todo lo abraza. Ambas explican el valor del sueño. Ambas retoman el universo que viene pegado a la palabra. Ese que se hace conciencia y entendimiento.
Termino: El conocimiento, en Valenzuela y en Sor Juana son un punto de partida. La escritura es una forma de acercarse al conocimiento, por la imaginación guiada por la curiosidad. Conocer no es el saber, sino el acto consciente de preguntarse, aunque no haya respuesta. Escribir para Valenzuela es otra forma de pensar en comunidad. Por eso cuando la leemos, nos hace sentir parte de algo más grande que uno mismo que nos insufla un más largo aliento, y nos deja pensado ¿de dónde vienen las historias? Y ese es uno de los muchos aportes de este ejercicio excelso de inteligencia narrativa.
Gracias