¿Puede un amor estar predestinado? Luciana era una veinteañera criada en Santa Fe, entre la biblioteca de su padre, el campo y el río; Santiago había pasado su infancia en un departamento de Saavedra, en Buenos Aires. Un amigo en común creyó que tenían que conocerse. Lo hicieron a principios del 2000, a sus veinticuatro años, en una salida grupal a un boliche de Palermo.
La conversación demostró enseguida que aquel amigo estaba en lo cierto: los dos eran un poco nerds, los dos escribían, a los dos les gustaba leer. ¿Qué leían? Cada uno llevaba un libro en la mochila. Uno sacó su ejemplar de Dinero, de Martin Amis; el otro, Éxito, del mismo autor.
“¡Éxito y dinero!, las dos cosas que no tenemos”, se divierte Luciana De Luca hoy, en esta mañana de invierno, y explica que no fue amor a primera vista porque también tenían en común que los dos estaban en pareja.
Sin embargo, antes de despedirse, llegó la última señal del destino: descubrieron que habían nacido el mismo día, el mismo año, casi a la misma hora. Diez de enero de mil novecientos setenta y ocho, en la misma ciudad, cerca de las dos de la tarde.
Una carta astral compartida, hecha de astros y coincidencias, cuelga de la pared donde esta pareja de escritores conversa con Viva, en el departamento donde Santiago Craig pasó su infancia y donde viven su amor de casi veinte años junto con dos hijos y un gato.
Luego de un libro de cuentos y varios infantiles, ella acaba de publicar su primera novela, Otras cosas por las que llorar (Tusquets), en la que narra la historia de una mujer que se piensa y se busca entre los pliegues y saltos de su memoria. “No elegí contar la historia de una mujer que envejece, que se enferma: quise contar sombras. De todo eso estamos hechos, en mayor o menor medida”, explica.
Santiago, que en 2018 fue finalista del prestigioso Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez con Las tormentas (Entropía), sacó el año pasado su primera novela, Castillos, por el mismo sello, y ahora estrena un nuevo volumen de relatos, Animales (Factotum).
Ambos han recibido críticas elogiosas por sus obras y ya se ubican entre los autores más destacados de su generación.
"Leía Huckleberry Finn o Tom Sawyer y no sentía tanta diferencia entre ese mundo ficticio y el mío, eran vidas similares, de aventuras, de campo, de mucha libertad, incluso de peligro". -Luciana De Luca
-¿Cómo nació el amor por los libros?
-Luciana: Mi papá era muy lector y estudioso. Sabía latín, griego, francés. Tenía una biblioteca enorme y yo lo veía siempre ahí, escribiendo y leyendo. Él me decía que no leyera libros para niños, que leyera todo. Entonces a partir de los ocho años manoteaba los libros de su biblioteca: Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Chejov, Vasco Pratolini, Federico García Lorca… A veces no entendía nada, a veces eran lecturas un poco perturbadoras, pero él me dejaba hacer mi propia experiencia.
-Santiago: Empecé a leer porque me gustaba el libro como objeto. Mi caso es bastante diferente al de Luciana. En mi casa nada más había una enciclopedia, una biografía de Perón y Tus zonas erróneas, un clásico de la autoayuda de la época. Igual me los leí todos. Tiempo después apareció un libro de Eduardo Gudiño Kieffer y Flores robadas en los jardines de Quilmes, de Jorge Asís. Yo tenía ocho o nueve años, no los entendía pero me encantaban.
-¿Y cómo llegaron a la escritura?
-Santiago: Primero me fanaticé con las historietas: Peanuts, Mafalda, Quino en general. Quería ser dibujante. De más grande me empezó a gustar la música: Hendrix, los Doors, Velvet Underground... Eran tipos que leían y hacían referencia a libros. Por ellos me acerqué a la lectura de Nietszche o William Blake. Después llegué a los poetas: Rimbaud, Baudelaire, Pizarnik. Había algo que no podía explicar, pero que me tocaba. Y de a poco fui empezando a escribir poesía yo también.
-Luciana: Yo empecé a los siete años, también con poemas. Mi papá era periodista y en el diario donde trabajaba había una sección donde publicaban a chicos. Ahí salió mi primera poesía. De todas maneras era una infancia muy salvaje, mis padres trabajaban y después dormían la siesta, así que yo estaba en la calle con mi grupo de amigos, íbamos al río a pescar, nos metíamos en una casa abandonada… Muchas veces me refugiaba en esos lugares para leer. Leía Huckleberry Finn o Tom Sawyer y no sentía tanta diferencia entre ese mundo ficticio y el mío, eran vidas similares, de aventuras, de campo, de mucha libertad, incluso de peligro.
-Santiago: En Buenos Aires era distinto. Había menos brecha entre lo que pasaba en los libros y lo que te pasaba en la vida. Nosotros también vivíamos en la calle, aunque en mi caso en un escenario más urbano. Nuestros hijos leen mucho, pero sus vidas ya no se parecen tanto a lo que leen. En el fondo, lo que tenemos en común es esa idea de soledad que conlleva la literatura. Leer o escribir es estar solo y callado, dos condiciones que me encantan. Viví toda mi infancia en este mismo departamento, éramos mi papá, mi mamá, tres hermanos y un perro. Con el tiempo descubrí que cuando leía o escribía nadie me molestaba. Todavía hoy, con dos hijos y un gato, encuentro un refugio en la literatura.
Lecturas cruzadas
Encontrar una pareja que comparta lo que uno hace parece ser una de las claves de un amor predestinado. Santiago cuenta que, en otras relaciones, le pasaba que su pareja no entendía para qué lo hacía. “Una vez le dediqué un poema a una novia y me pidió que por favor no lo hiciera más”, dice entre risas.
“Me pasaba lo mismo –se suma Luciana–. Es difícil que alguien entienda que algo que no necesariamente es redituable y a lo que le dedicás tanto tiempo y energía, sea una necesidad vital.”
a pregunta es: ¿cómo se hace para encontrar el tiempo para escribir siendo padres?
Luciana responde: “Antes de la pandemia, por diferentes actividades de él o de los chicos, tenía momentos en que estaba sola. Ahora eso ya no existe. Encontrar silencio se hace complicado; pero cuando uno tiene que escribir, escribe. Se abre camino a patadas. Dediqué doce años de mi vida a la crianza, durante mucho tiempo postergué mi literatura creyendo que en algún momento se iban a dar las condiciones. Después entendí que no, que las condiciones ideales no existen”.
Santiago cuenta que él escribía “de a ratitos”: en el auto, antes de jugar un picado de fútbol, mientras esperaba a los otros jugadores, o en las oficinas en las que trabajaba, haciéndose un hueco apenas podía.
"Amar, como escribir, es hacer que aparezca algo donde no había nada. Y, después, ser ese invento". - Santiago Craig
-¿Cómo es Luciana como escritora?
-Santiago: Luciana escribe como si dejara salir de adentro una fuerza, una especie de situación natural que la desborda y se le impone. Y lo raro es que eso que sale, sale con una forma que parece muy trabajada, muy elegida para llegar a ese nivel de belleza y presión. Lo que escribe, cuando lo leo, siempre me parece no solo increíble, sino también necesario. Yo creo que Luciana escribe con una voz que cambia al que lee, que se queda ahí, y eso pasa muy pocas veces.
-¿Y Santiago?
-Luciana: Hay algo brillante y a la vez oscuro en su escritura que me resulta hipnótico. Tiene una mirada que atraviesa y una capacidad de inventar historias que no deja de sorprenderme.
Las muchas formas de amar
Santiago asegura que sus hijos están orgullosos, sobre todo el nene más chico, que se la pasa diciéndole a todo el mundo que sus padres son escritores; la mayor, de doce, empezó a escribir sus primeros poemas durante la pandemia.
“A medida de que nos fuimos acomodando en nuestra vocación y pudimos dedicarnos de lleno a la literatura, fuimos más felices, y creo que lo mejor de todo es que ellos nos ven bien haciendo lo que nos gusta hacer”, dice.
-¿Se puede enseñar el amor por la literatura?
-Luciana: Siempre tuve miedo de forzarles la lectura porque pensaba que podían terminar odiándola. Pero nuestra hija más grande tenía muchos problemas para dormir. Intentamos todo y no había manera. Hasta que un día me senté al lado de su cama, empecé a leer y se quedó dormida. Desde ese día les leímos todas las noches, una Santi y otra yo, hasta que hace poco empezaron a leer solos.
-Pese a todas las coincidencias que los unieron, no es fácil estar veinte años juntos, sobre todo siendo tan jóvenes. ¿Cuál es el secreto?
-Santiago: Lo primero es dejar de pensar que existe un ideal. Hay momentos buenos y momentos difíciles. Pero una de las cosas más importantes es compartir nuestra vocación. Podemos ser quienes somos, no tenemos que ocultarlo, no tenemos que dar explicaciones. Los dos tuvimos otras parejas y no entendían nuestra necesidad de escribir. En otros aspectos somos completamente distintos, pero el hecho de que los dos seamos escritores y que cada uno tenga su literatura, su espacio, sus momentos, es una clave.
-Luciana: ¡Eso es muy importante! Entender cuándo el otro necesita su tiempo de soledad. Y además no tomarse nada demasiado en serio.
-Como protagonistas de una historia particular y también como escritores, ¿qué es el amor para ustedes?
-Santiago: Amar, como escribir, es hacer que aparezca algo donde no había nada. Y, después, ser ese invento. Sostenerse en el amor, o en la escritura, es decidir que lo más íntimo, lo más frágil, lo más importante, ese invento, no quede del lado de lo práctico ni de lo útil, pero sí de lo necesario, y que eso que ahora somos, no pueda existir sin la compañía del otro.
-Luciana: Me entusiasma esta definición de Virginia Woolf: “El amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión”.