Por Miguel Zeballos
Castagna
Después de la publicación de una antología donde ambos participamos (nos conocimos en la presentación), empezamos a cruzarnos cada vez más seguido. Nos habíamos leído y a los dos nos gustaba lo que hacía el otro. En uno de esos encuentros, un domingo a la tarde en el ciclo Festité, Broemmel viene con la idea de hacer algo juntos.
Broemmel
Me divertía la idea de construir un relato de a dos, concebir un universo con elementos de los imaginarios de dos escritores. Me gustaba el estilo de Castagna y me pareció que, por ser bastante distinto al mío, podía surgir algo muy interesante del choque de ambos, mucho más rico que si nuestras formas de escribir hubieran sido similares.
Castagna
Confieso que al principio no lograba ver el potencial de una colaboración, no me daba cuenta cómo se podía hacer. Por suerte Broemmel insistió y a la segunda o tercera vez le dije está bien: tengo una idea dando vueltas. Escribo el primer capítulo y te lo mando. No te cuento nada. Si te gusta escribís el segundo. Sin contarme nada. Y así llegamos al tercero. Puro diálogo literario. Lo que él me devolvía me volaba la cabeza sistemáticamente, ponía la vara cada vez más alta. “Tenemos un caso”, dice uno de los personajes. También teníamos una novela.
Broemmel
Después del tercer capítulo nos sentamos a armar una escaleta de lo que faltaba, por supuesto que no de hierro, pero una guía básica, y fue ahí donde se perfiló la que sería la idea final de la novela, aunque no dejamos de sorprendernos y desafiarnos hasta el último punto del texto.
Broemmel
Construimos una novela entre policial y de aventuras con mucho humor y elementos de ciencia ficción, basándonos en un contrapunto entre las voces de dos personajes disímiles ubicados en distintos tiempos en el momento de narrar, pero que compartieron la sucesión de hechos narrados. Cada una de las voces cuenta la historia en capítulos alternados, cada uno de los cuales cierra un arco en sí mismo pero deja un gancho hacia lo que sigue, a la manera de las viejas novelas por entregas (pero también de muchas series modernas).
Castagna
En esos tres primeros capítulos, en ese ida y vuelta que era como tirarse al vacío amarrado a una cuerda que siempre te traía de vuelta, de manera intuitiva establecimos la dinámica y la lógica interna de la novela. Nos entendimos de entrada. Y nos hicimos amigos. No hubo que explicar demasiado. Sólo ordenar lo que teníamos entre manos con ese primer material, y pensar hacia adelante. Una pauta fue que ellos dos se llamaran como nosotros. De movida fue evidente que nuestros estilos eran muy distintos, y ese choque nos dio el tono. Extremamos nuestras personalidades y las llevamos al modo de narrar de esos Broemmel y Castagna. Otra cosa que tomó relieve de entrada era la manera en que un personaje veía al otro, al compañero, y la forma en que él se percibía a sí mismo, que no eran iguales. Lo mismo pasaba con la forma de ver la realidad, cómo se iba deconstruyendo hacia distintos lugares en la mente de cada uno. Como decía Broemmel, siempre dejando espacio para sorprender al otro, sin cumplir al pie de la letra el plan. De esa manera había que contar sí o sí con un margen de maniobra para lo inesperado.
Castagna
Por ser dos el panorama de influencias literarias se iba ampliando a medida que avanzábamos. Fueron muchas y muy variadas. Por mi parte, diría que tanto Dalia Rosetti, como Guillermo Saccomanno, Sergio Bizzio, Phillip Dick, Clarice Lispector, o los pasajes visuales de Miyazaki (el animador y director japonés) iban apareciendo en momentos que hoy todavía reconozco en el papel. Pero nada fue tan explícito. En nuestros encuentros sólo discutíamos la trama. La escritura reproduce una forma de leer y viceversa; es difícil llevar eso a una planificación. Aparece una asociación de palabras que sugieren algo y uno va detrás a ver qué más hay. Sólo recuerdo haber hablado en una de nuestras reuniones de un personaje de Watchmen que nos dio la idea de cómo resolver cierto asunto. Luego quizás hayamos ido para otro lado. Ya no recuerdo. Después cada uno fue completando las conexiones con trazos de cultura popular (el cine de acción mal doblado, el k-pop, el rock nacional). Pero fue el cine, sobre todo, lo que nos dio una manera de contar a través de recursos muy visuales, y eso es algo que cada uno ya traía por su cuenta.
Broemmel
Podría agregar como influencias desde mi lado el cine y la novela negra, elementos del romanticismo, cómics, las películas de kung fu. Me gustaría remarcar la influencia de los libros de Philip K. Dick y la mezcla de policial negro y ciencia ficción en la película Blade runner. J.G. Ballard para ciertos climas. La serie de relatos sobre Fafrd y el Ratonero Gris, de Fritz Leiber, a la hora de plantear la relación entre un dúo desparejo de protagonistas aventureros.
Broemmel
Elegí una y sólo una opción:
A- La rosa es sin porqué.
B- Porque lo que no escribís vos no lo escribe nadie.
C- Porque justifica tu necesidad de escribir.
D- Porque hace que no sea necesario elegir una y sólo una opción.
Castagna
Para inventar algo que antes no existía en el mundo, verlo por primera vez. Como una mirada que proyecta una imagen sobre un espacio vacío, y crea una acción, una escena, de la nada. Un intento de reproducir los efectos que la literatura tuvo en uno, sabiendo reconocer, ahora un poco mejor, esos mecanismos y sus posibilidades. Es una forma de consciencia. Para eso se necesita de un otro, el lector, que es como un eco, un espejo. Por eso nunca deja de sorprenderme la manera en que ese otro pueda completar la imagen, el sentido. También está el acto en sí mismo de la escritura, su materialidad; el trabajo con la palabra y la forma.
Broemmel
Para una parte de mí que con suerte se encuentra también en otras personas.
Castagna
Nunca está del todo claro ese punto. Tiene que ver con cierta sensibilidad para lo sutil. Supongo que será para alguien que sepa captar la lógica interna del texto, la motivación de los personajes en base a lo que hacen. Alguien que pueda engancharse con lo que no está dicho y completarlo con lo propio.
Broemmel
Para mí la forma es muy importante, pero no supedito temas a formas sino que más bien busco una en particular para cada tema. Me gusta explorar distintas formas en cada texto nuevo que escribo. Desde la frase larga y envolvente a la corta y seca. Desde la narración estructurada en capítulos muy breves a la ausencia de segmentación. Desde el uso de la crónica y la entrada de Wikipedia a la nouvelle siglo XIX. No me interesa definir un estilo y que todo tenga que quedar circunscripto a él. Eso sería matar al animal, de cierta manera, y a mí me gusta el animal vivo.
Castagna
Por un lado está la trama, el avance de la historia, el ritmo sostenido y creciente, que recorre ambientes y climas bien definidos, casi visuales, en tres dimensiones. Prefiero la acción y lo que se sugiere esa acción (aunque sea sutil, casi imperceptible), versus la reflexión literal, lo abstracto. Pero también hay un trabajo con el lenguaje, desde su sonoridad, modulando la acentuación, la extensión y el ritmo de las frases para reforzar un sentido o generar efectos. Para mí, el lenguaje va formando una trama paralela a la historia, con una idea propia, oculta, con variaciones, repeticiones y contrapuntos que van por detrás del texto.
Broemmel
Contra la superficie, apoyándome en la superficie.
Castagna
Contra lo que se pretende “literario”, repite esquemas, y no está vivo. Contra el tiempo. Y contra uno mismo.
Broemmel
A favor de que surja lo que está por debajo de la superficie.
Castagna
A favor de lo contemporáneo, de este momento. Del presente. A favor de los autores y estéticas que sintonizaron y ecualizaron la manera de mirar y la voz narrativa de uno, incluso cuando uno todavía ni supiera que tenía una voz narrativa y una mirada particular. Como la espuma que baja y deja a la vista lo que uno es. Todo eso, como la marea, siempre vuelve. Cada vez que se lo invoca.
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Broemmel recomienda:
Mark Lanegan, Radiohead, Beethoven, Kasabian, Jack White, Sweet Tea de Buddy Guy.
Castagna recomienda:
Supongo que para cualquiera que nació en los ’70 y se haya criado en los ’80, durante la “primavera alfonsinista”, la música brasilera siempre estuvo ahí, a un costado nomás del rock nacional. En el último tiempo medio que me obsesioné, y hace varios meses que es casi lo único que escucho. Iván Lins, Djavan, Chico Buarque, Vinicius, Jobim, Caetano, María Creuza, Marisa Monte. Ed Motta me gusta bastante, es una voz increíble, aunque es más funkero e internacional. En el verano estuve de vacaciones en Río de Janeiro, en un departamento en el centro de Ipanema. Pude flashear esa cultura tan rica, que se proyecta en todas direcciones y te abraza como las olas de Río, que te revuelven como un lavarropas. Pude ver de cerca y conocer a auténticos músicos de samba en el mítico Bip Bip. El samba es la música popular, la base formal de la bossa nova, que toma elementos de ahí para convertirse en una música erudita, más intelectual. Con el samba se puede poetizar la vida del hombre común y también se puede bailar, entrar en comunión con el otro. Caminando por la rua Vinicis de Moraes llegué una disquería muy importante, histórica. Ahí me atendió Carlos, un Marxista de 60 y pico de años que me dio una clase de hora y media sobre sociología, política y teoría musical. Pude conseguir algunas gemas y él me recomendó otras. Sobre el final terminó agradeciéndome por la escucha atenta (yo estaba en éxtasis), y me explicó por qué el marxismo fue tan importante en los ’60 para esa generación de trovadores: porque la música, además de una expresión, era una forma de independencia económica; una herramienta de trabajo.