Aunque propiamente es un libro de ensayos, lo cierto es queCómo dibujar una novelaes algo más, mucho más… Lo que de manera habitual se dice y se pierde cuando dos escritores conversan sobre sus libros, en una cantina, en un taller o ante el primer manuscrito de una novela, aquí conserva toda su frescura, sus ritmos, su ingenio… Hace unos días llegó a mi correo electrónico un anuncio sumamente interesante y, más aún, sumamente genial. Decía más o menos así: “Taller de ficción «Cómo dibujar una novela» de Martín Solares, en Ediciones Era.” Luego, el propio Martín Solares daba una breve y puntual explicación: “Durante diez semanas intensas nos reuniremos, en la sede de Ediciones Era, para revisar los cuentos y fragmentos de novelas que tú y otros como tú estamos escribiendo. Será un taller que no sólo comentará tus relatos —agregaba él—, sino que buscará sumergirte en la naturaleza de la ficción literaria, sus corrientes y secretos, a fin de mejor disfrutarlos y quizás escribirlos.” Pone dos requisitos: llevar trabajos inéditos y aspirar sinceramente a mejorarlos. Martín remataba: “Si tienes la impresión de que las grandes novelas y los cuentos perfectos nos llevan a un territorio distinto al de la mentira y al de la verdad, allí te esperamos.” Habría que hacerle caso. (Y, por supuesto, habría que inscribirse.)
Verán, Martín Solares es un joven ya veterano en esto del oficio de las letras. Me explico: aun con su juventud —nació en 1970, en Tampico—, él ha vivido intensamente: entre 2000 y 2009 realizó estudios de maestría y doctorado en estudios iberoamericanos en la Universidad de La Sorbona Paris III. En medio de eso, en 2006, publicó además su novela
Los minutos negros.
Y no sólo eso: desde el casi lejano 1996, a la fecha, ha sido editor en Tusquets Editores México, luego en Almadía, más adelante en Océano —en donde puso en marcha dos sensacionales colecciones: “Hotel de las letras” y “La puerta negra”—, y ahora está de regreso en Tusquets México, pero como su director. Todo eso, además, sin perder un ápice de su alma jovial y de su trato afable. Se lo aseguro. De hecho, la última vez que nos encontramos, hará ya varios meses, nos la pasamos conversando de la confección de su más reciente obra, justamente su libro de ensayosCómodibujarunanovela. Y mejor aquí aclaro: aunque propiamente es un libro de ensayos, lo cierto es queCómodibujarunanovelaes algo más, mucho más; como apuntan los editores en la contraportada: el libro tiene mucho de plática, mucho de travesura, mucho de confesión. Sí: lo que de manera habitual se dice y se pierde cuando dos escritores conversan sobre sus libros, en una cantina, en un taller o ante el primer manuscrito de una novela, aquí conserva toda su frescura, sus ritmos, su ingenio. Cierto: tal cual. Eso mismo le comenté a Martín Solares aquella mañana, cuando nos sentamos a charlar; le dije que, desde mi punto de vista, la fascinación por entender cómo se escribe una novela o un cuento cada día crece más entre la gente (joven o adulta, da lo mismo). ¿Fue eso lo que le llevó a fabricar el libro, o cuál fue el detonante?, le pregunté en un momento dado. Martín se lo pensó unos segundos. —Pasó algo curioso —dijo—: no empezó en un sólo momento, sino que es un libro que se ramificó, y yo tuve que ir siguiendo cada una de sus ramas… Me di cuenta que el libro es una especie de pequeño archipiélago, chiquito, modesto, que tiene diez islas principales y unas cinco muy minúsculas, que permiten ir brincando de un lugar a otro. Ahora bien, cada una de esas islas corresponde a una pregunta de las más angustiosas que uno se plantea, como escritor, en las madrugadas. Estoy convencido que todos los escritores, sobre todo los de ficción, y en particular los de novela (porque trabajamos largas construcciones verbales), en un momento u otro de nuestro trabajo nos hemos planteado alguna, por lo menos, de esas diez preguntas… Martín las desglosó: “¿Hay un tiempo verbal que sea más apto que los otros para escribir cuentos o novelas?; ¿cuál es la mejor estrategia para arrancar una novela que arrastre al lector hasta las últimas páginas?; y aquí, ¿cuál es la mejor manera de terminar un libro, ya de forma definitiva y que no estemos con el gusanillo de que nos faltó algo y se nos quedó en el tintero?; ¿cómo surgen, o cuál es la mejor forma, de construir personajes?; ¿cuáles son las velocidades más adecuadas para que fluya la historia?; ¿cuántas son y cómo usarlas y en qué momento conviene?; ¿tengo que angustiarme porque mi novela está adquiriendo una forma inusual y original, incluso yo diría que hasta monstruosa, o eso puede ser normal?; ¿esto le ha sucedido a otros?; ¿por qué tengo la sensación de que esto que estoy escribiendo, aunque no es musical, está obedeciendo a una especie de ritmo?; ¿y por qué creo que debo de reescribir el capítulo para que cree una especie de simetría o, mejor aún, de geometría?”
Balbucí algo sin importancia, así que Martín continuó: “Estoy convencido que la mayor parte de los novelistas trabajamos como albañiles por la mañana, y como arquitectos por la tarde.” Dijo esto, y se echó a reír. (A mí me contagió.) Aunque intuí lo que quería decir, aun así le pedí que me explicara aquella idea. —Sí-sí —dijo ligeramente emocionado—, por la mañana, en madrugada, si es que tenemos la costumbre, y yo diría fortuna, de levantarnos a estas horas, logramos una cuartilla o cuartilla y media, a veces si es un día fulgurante cuatro o cinco en media mañana; sin embargo, por la tarde, cuando releemos o capturamos lo que estuvimos haciendo a mano en la mañana, tenemos que comportarnos con valor y ser esa especie de ingeniero, o crítico, que te dice: quién diablos hizo esa pared, no va a aguantar, se está cayendo. Incluso atrevernos a decir: vamos a tirarla, ya que no sirve, mañana la alzamos de nuevo. Aquí le interrumpí: “¿Sabe?, a veces estamos demasiado emocionados leyendo el resultado final, que se nos olvidan las vicisitudes y aprietos y complicaciones que tuvo que pasar el autor… Sin embargo, al final, terminado el libro, nuestra mente no deja de imaginar cómo diablos hizo para tal o cual pasaje…” Martín se echó a reír de nuevo. Luego dijo: —Eso es cierto, a mí me pasó muchas veces y me sigue pasando. Pero, fíjate, para explicar bien lo que es una novela no basta nunca con un sólo sistema de análisis. O sea, tú puedes analizar una novela con recursos que vienen del formalismo, de la semiología, de la semiótica, la narratología, y no acabas de explicar el misterio o la magia que está detrás de una gran novela… el misterio que existe detrás de la escritura. ¿Cuántos escritos y libros existen sobre Borges, sobre Cervantes, sobre Cortázar, sobre Rulfo? Hay miles, miles de ensayos y libros… Entonces, le tienes que hacer distintos tipos de análisis: de sangre, de ADN y de células; pero, además, radiografías para ver cómo es el esqueleto que sostiene a ese ser vivo. —Y eso es lo que pretende su libro, ¿no? —Sí, en parte. En este libro de ensayos, de alguna manera, utilizo un poquito esos sistemas, aunque no es el punto principal, porque ya están ahí, cualquiera puede meterse a estudiar a los formalistas, por ejemplo a Gérard Genette… Más bien, lo que quería era hablar de esas preguntas angustiosas que surgen por lo general en la noche cuando crees que ya perdiste la dirección o que no la has encontrado, en esos momentos cuando te preguntas si vale la pena lo que tú estás haciendo. Eso sí: yo no doy respuestas; más bien, trato de girar en torno a esas preguntas, trato de explorar qué han hecho otros y qué han respondido otros ante esas dudas tan acuciantes… Para ello, lo nutrí con tres tipos de material: las entrevistas que han dado grandes escritores sobre su propio trabajo, como Borges, Cortázar, Onetti o Rulfo, entre otros. También, teóricos literarios que han tratado de explicar cómo funcionan ciertos relatos, y, además, los teóricos de cine, como Robert McKee. Y, eventualmente, he retomado ideas de teatreros o dramaturgos, como Peter Brook o Constantin Stanislavski. Sin embargo, básicamente son tres fuentes: cineastas, teóricos literarios y escritores.
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Algo es claro: Martín Solares ama la novela. En “Puerta y tapete”, que escribe a manera de prólogo, dice: “Este libro reúne dibujos y apuntes sobre las novelas, esos objetos extraños que viven entre nosotros. Generaciones han levantado la vista hacia ellas: para algunos son constelaciones hechas de palabras, para otros son lo más parecido que hay a un hechizo altamente efectivo.” “No nos dicen abiertamente cómo vivir pero nos cuentan historias”, apunta más adelante. Él continúa: “En momentos difíciles, en los que uno busca superar las preocupaciones de la vida, la novela nos ofrece un relato que parece escrito para comentar el momento presente.” “Hechas para sorprender —escribe—, también han ido adquiriendo la obligación de la belleza. Y algo saben sobre la vida, porque si se encuentran aceptablemente construidas ellas parecen pensar. Sólo que en lugar de argumentar y presentarnos tesis, antítesis, síntesis, las novelas nos ofrecen escenarios, conflictos, personajes, y gracias a ellos algo intuimos sobre la forma como está construido este mundo.” Por eso no me extraño cuando en cierto momento, durante nuestra charla, él me dijo: “¿Sabes?, a medida que vas avanzando, que vas investigando, como editor o como lector, te das cuenta que la literatura es un árbol de muchísimas ramas.” Después añadió: “Por lo general, siempre en la época en la que uno vive, existe un grupo de personas que tratan de exigir que todos los libros de ficción se ajusten a unas ciertas reglas, pero eso haría imposible que existieran algunas de las formas más exitosas de la ficción: la novela de aventuras y la novela policiaca, o la novela muy divertida, picaresca, sexual; a veces, éstas no corresponden a estos cánones. Entonces… uno tiene que estar preparado para aceptar que surgen nuevas ramas (que uno no puede siquiera prever), y que van a constituir formas sorprendentes de la novela. Yo estoy convencido de esa diversidad.” Iba a interrumpirle, mas parecía abstraído en sus pensamientos, así que dejé que continuara: —Y tienes razón —dijo—, uno tiende a pensar que la ficción es algo que sale en el primer plumazo, y ya será perfecto para toda la eternidad. Pero no es así. Ésta es también una especie de casa que se va construyendo poco a poco, en la que de pronto tienes que tirar habitaciones enteras o construir puentes y escaleras; vaya, seguir trabajándola hasta que sea no sólo habitable (eso lo hace cualquiera), sino una casa más agradable, que te proporcione experiencias extrañas y divertidas, e incluso horribles, pero en todo casi únicas. Sólo los que crean y creen ese tipo de casas van a perdurar en la mente del lector.
—Y para lograr eso, ¿qué se necesita? —inquirí, casi sin querer interrumpirlo. —Hugo Hiriart tiene un ensayo fabuloso que se llamaElartedeperdurar, donde se pregunta justo esto: ¿por qué perduran unos autores y otros no? Mi respuesta muy tímida, como una miniposdata al gran ensayo de Hugo Hiriart, es que tiene que ver también con la forma. Si revisas las formas de todas las novelas que traté de dibujar en el libro, y sobre todo las principales, te darás cuenta de su vocación arquitectónica, por así decirlo, su vocación por crear una forma original. Y me he dado cuenta de algo: en los últimos 15 años, cada vez que veo a un gran novelista (al cual admiro y cuyas novelas conozco) le pido que me dibuje la forma de la que le parece más emblemática. Me he percatado que ninguno repite la misma forma; todos hacen alguna variante. Ninguno me ha dibujado la misma forma dos veces. En cambio, los malos novelistas, los que toman textos guardados en el cajón o en sus archivos y los entregan sin revisar, o que entregan a última hora a su sistema de becas, son todos iguales. La gran mayoría suele hacer un mismo garabato, que es una especie de ser humano poco armonioso, con dos o tres cabezas, con seis o siete piernas, o varios brazos. Lo que quiero decir es que, al final, ellos reconocen que le hace falta trabajo y pulir a ese texto. Dicho esto, Martín titubeó un poco. Y concluyó: “Unas de las cosas a las que está obligado todo escritor de ficción es a regresar sobre sus pasos y ver si todo lo que escribió es indispensable o si estorba a la totalidad; como varios escritores lo han dicho: hay que trabajar con las dos puntas del lápiz: con el grafo y con la goma de borrar. No hay más.” Al final, creo que tienen razón los editores de Era cuando apuntan en la contra de este libro que Martín es aquí, sobre todo, un apasionado lector de narrativa. “Su emoción emociona. Dan ganas de ir a leer los libros que no conocemos, de releer los que gozamos desde la memoria y hasta de escribir una novela propia.” Y, sí: ¿empezamos?