En esta novela del joven escritor, está la composición de ese tipo de hombre despreciable que empieza sus primeras armas de odio, a través de un ego que lo cubre todo y un narcisismo que lo ubica en primer lugar siempre. El personaje en el que se encuentran todas estas características se llama Germán Baraja. Unamuno vuelve a él, después de haberlo contado en su segunda novela Que todo se detenga (Galerna, 2015). Aquel que fue un renegado de los ’90, de lo “posmo” y adicto a todas las drogas que se pudieran cruzar en su camino, retorna como un ser que odia a las mujeres.
“Todas las personas a las que les pedí una impresión sobre vos coincidieron en algo: no sos creíble. Que sos un narcisista integrado, egocéntrico comido por el personaje y manipulador, salta fácil a la vista, pero que estás vacío por dentro es algo que me llevó tiempo descubrir”, le dice Lila, casi llegando al final, como antesala de una ruptura que parecía poner las cosas en su lugar. “Sos un monstruo programado para el mal”, remata ella, sobre un Baraja que data su primera sensación de odio hacia las mujeres, cuando de adolescente, mientras iba de vacaciones por la ruta, saludó a dos chicas de su edad que pasaron en otro auto y una de ellas le puso cara de asco.
En Lila el amor está atado a la tradición machista y patriarcal del que su personaje Germán Baraja es un fiel exponente. En ese sentido, Gonzalo Unamuno señaló a El Furgón que “el amor no está supeditado en toda su acepción a la manipulación machista. Sí creo que en el amor heterosexual de un hombre blanco, patriarcal y exitoso siempre se esconde eso de tratar a la mujer como un objeto de su pertenencia donde el celo, el maltrato, el destrato tienen mucho que ver. Pero el error es llamarle amor a eso. La manipulación machista atraviesa todo y el amor no está exento. Si en la sociedad se cosifica a la mujer y se la trata como un objeto, como alguien obligada a darle placer al macho mientras éste se dedica a lo público, ahí si el amor está atravesado por el machismo. No quiero que el amor sea algo semejante o que se circunscriba a eso”.
El Furgón: –Cuál fue la recepción del libro entre el público lector?
Gonzalo Unamuno: -La recepción del público fue extraordinaria. La literatura es indagar, bucear en lo más degradante y oscuro de la condición humana. Es muy peligroso que el tema de la novela, el femicidio, se lleve puesto al cómo esta contado que es, en definitiva, lo importante. De lo contrario, parece que no es una apuesta estética, que no toma riesgos con el lenguaje, que no tiene un elemento disruptivo cuando, por ejemplo, en un momento cambia la voz narradora. No se trata sólo de un loco, un femicida perverso y misógino. Esa puede ser la muletilla que engancha; después, el libro es otra cosa y por ese lado la recepción es extraordinaria. En ese sentido, Lila está haciendo un importante recorrido como pieza literaria, más allá de que tenga un narrador/personaje que cuenta el regodeo de matar a su pareja embarazada. Descubrí un montón de cosas desde el aspecto psicológico gracias a muchas lectoras. Eso es interesantísimo. Insisto. No es la obra sobre un femicida, es una pieza literaria que engloba y toca eso. El libro se salió de ahí, superó al tema y hay gente que habla de la poética, del texto.
Unamuno construye una historia potente que retrata el micro y el macro machismo de un Baraja que, por intermedio de la especulación con la palabra amor, busca tomar dominio en una relación que está plagada de manipulaciones. El abc de su machismo lo lleva a no aceptar decisiones de ella, que tienen que ver con ponerle fin a una relación, o avanzar con un embarazo pero siendo madre soltera, y termina por matarla. “Por exponerme ante mí mismo, eso, impresión o realidad, fue todo lo que logré responderle cuando segundos antes de matarla a golpes me preguntó, doblada por el dolor, por qué le hacía lo que le estaba haciendo”.
Lila es un libro que requiere de estómago y algo de sangre fría. La voz de Baraja lejos de ser una muestra arrepentimiento, parece seguir alimentándose de un machismo que, más allá de la ficción, intenta mostrar resistencia a ser derribado. La prosa de Unamuno contiene un mundo simbólico que no se desentiende de su tiempo y en este caso provoca a esa clase de masculinidad que todavía no parece querer entender que el avance del movimiento feminista es irrefrenable.