por Adriana Santa Cruz
Lo primero con lo que me encuentro en la charla es con un hombre que adhiere a la causa feminista, y que pone garra en defender los derechos de la mujer y que celebra la posibilidad de que salgamos a la calle a mostrar nuestra lucha. Enseguida también aparece el escritor consciente de los recursos que usa, el que investiga y planifica, el que está en todos los detalles.
¿Cómo se construye un personaje como Germán Baraja?
Llevo cerca de siete u ocho años construyendo este personaje que viene de mi novela anterior Que nada se detenga. Allí él se enuncia como un nihilista, como un descreído, como un último escupitajo de los 90, como un militante defraudado, como un hombre que odia todo lo que lo bordea; también cocainómano, y no puede empatizar, no puede vincularse con el mundo. Ahí surge su creación, pero de todas las características de su personalidad, empieza a tener otras que quise extremar, y entonces surge la idea de Lila. Germán es un misógino, y esa característica es la que quise resaltar para esta nueva novela. A un personaje así se lo aborda como a cualquier otro. Para mí la literatura es un trabajo, además de un placer, y un personaje puede ser todo menos no creíble: no hay vueltas al respecto.
Mientras te escuchaba, pensaba qué pasa con el personaje de Lila. ¿Con un Baraja tan trabajado, no corrías el riesgo de que ella quedara desdibujada?
Lo pensé, y es buena la pregunta porque a veces siento que se repara poco en el personaje de Lila y mucho más en el de Germán. Él tiene una voz muy potente, porque además de ser el personaje, es el narrador que cuenta –en primera persona, en tiempo presente– el primer capítulo y el tercero. Como también es psicópata, persuasivo, manipulador y tiene una cuestión de atracción, una imantación muy fuerte, corría el riesgo de que Lila se convirtiera en un golpe bajo (ella nunca aparece con vida, desde la primera línea está muerta), en algo no narrado, en algo impostado en la novela para que un loco, un perverso, orbite a su alrededor despotricando o contando la historia con un grado de cinismo espeluznante. Entonces, en todo el capítulo dos, el más largo, narro algunos acontecimientos de la vida de Lila en boca de una tercera persona omnisciente. Ella es hija de un diplomático y de una arquitecta; fue una actriz famosa en los años 90 y ahora trabaja en la cancillería. Este capítulo opera como un cuento de aventuras independiente.
Claro, no había que dejar que el personaje de Germán se “comiera” la novela.
El segundo capítulo concluye en el momento en que ella se topa con Germán Baraja en la cancillería. Aborda desde su nacimiento hasta diferentes momentos de la vida familiar, de los padres, de todo su pasado atribulado hasta el momento en que conoce a Germán. También es un capítulo que tiene otra importancia u otra lectura, porque ahí se ve claramente otra forma de abuso patriarcal de hombres que atropellan la vida de Lila. El padre es abandónico, mujeriego, después se suicida, aunque tiene buena relación con ella. La madre es medio esotérica, patriarcal ella también. Lila, además, sufre un episodio de abuso cuando era niña por un empleado de la embajada donde su padre era embajador, por un asistente de la familia de la madre. Lo que se ve es la violencia hacia ella desde muchos lados.
Con todos estos discursos alrededor del patriarcado, pensaba en la literatura como lugar donde se hacen más visibles ciertos temas o donde se obliga al lector a abordarlos de otra manera.
Lo que ocurre es que Germán es un personaje muy adaptable porque tiene un mecanismo de razonamiento tan perverso que siempre lo lleva al mismo lugar. Cuando yo terminé la otra novela, me daba la impresión –y me lo dijeron muchos lectores– de que ese personaje que, de alguna manera, es tan inimputable, daba para más. Podría haberlo seguido en su praxis política, en su militancia, y hacer que enloqueciera ahí dentro, pero preferí la misoginia porque es un momento en que la época te da muchísima información al respecto, y se está viendo una forma de violencia hacia la mujer que no desconocíamos, pero que no la teníamos tan a flor de piel, no éramos tan conscientes como sociedad. Y esto está produciendo un cambio tan íntimo que me pareció muy práctico nutrirme de la época para hacer un personaje que muestre el otro lado, el del tipo que no puede deconstruirse, asumir la derrota. Su perversión vira para ese lado como podría haber virado para otro. Al respecto, el libro lo abre una cita de un psiquiatra amigo, Gustavo Dessal, que tiene que ver con la amenaza del macho que se sabe acorralado, obligado a la deconstrucción porque hay mujeres que están luchando por la verdad, y eso no lo puede paliar y le provoca un resentimiento muy grande, un descoloque muy grande.
La cita que abre la novela termina con esta frase significativa: “Acorralados por los avances de las mujeres, algunos no dudan en emplear incluso las armas para aniquilar un deseo inédito, una voluntad de ser a la que no estaban acostumbrados”.
Ahora se habla mucho del miedo del hombre o de que los femicidios, entre otras reacciones, son producto de ese miedo. Está bueno ese abordaje tuyo. ¿Y cómo reflejás esta irracionalidad, esta perversión, en su manera de narrar?
Es que el macho, el falo, el patriarca ejerce un tipo de violencia tan estructural que se encuentra totalmente sacudida cuando él ve que toda su lógica de razonamiento es revistada. El feminismo no solo tiene que demoler ese edifico de cuarenta mil años que es el patriarcado, tiene que barrer los escombros, pasar la aspiradora, sacar el polvillo hasta del último rincón y después lustrar los pisos, porque hasta en ese mínimo polvito sobrevive el micromachismo. Y esto hoy la sociedad lo está incorporando de una manera tal que el que no se puede deconstruir queda bamboleante, y es muy probable que los hombres que no acompañen esta deconstrucción terminen en algún tipo de violencia como se ve, por ejemplo, en algunos comentarios de la gente “pro dos vidas” (así entre comillas), y en los sectores más reaccionarios, de la iglesia, de la derecha, del conservadurismo y demás.
La manera de narrar es, creo yo, donde radica el encanto de la novela. Para mí es una apuesta estética muy importante porque tiene mucho trabajo con la palabra, con el vocabulario, con la respiración, con la cadencia, con la poesía, y funciona como un elemento persuasivo/de empatía. Mucha gente me dice: “Lo odio, es un hijo de mil putas, no puedo creer lo que está diciendo, pero lo dice de esa manera que no podés dejar de leerlo, y después como que no querés que se acabe”. El tipo te puede contar el peor de los mundos sin dejar de seducirte, de tratar de manipularte. Eso es lo que lo caracteriza: el lenguaje con el que narra todo.
Estos tipos están integrados, como pasa en la novela, son bien vistos en el ámbito público, pero en lo privado son repulsivos, crueles, y hasta asesinos. Hay un trabajo tuyo desde estos dos lugares: público/privado, adentro/afuera, creo.
Sí, pero este tipo también en lo privado puede ser encantador. La novela lo trata muy bien, por ejemplo, cuando dice: “Logré que el Viagra se confunda con el deseo”, como si él fuera tratando de no ser descubierto, delatado; pero sí tiene episodios de violencia: rompe un cuadro, patea una puerta, se pelea con gente en una discoteca; es un tipo al que le salta por algún lado la violencia, algo incontenible, pero en lo privado también puede ser encantador, persuasivo y tener, al mismo tiempo, una agenda para el mal. ¿A qué nos referimos cuando decimos “integrado”? Esta sociedad –este mundo donde la comunicación y los vínculos son tan laxos, tan inmediatos, donde todo se traduce a través de likes y algoritmos que hacen que nos llegue la misma información que replicamos y que replica la gente que queremos– conduce a que el escenario sea muy propicio para el psicópata integrado porque es el maestro del camuflaje, un maestro en vender imágenes que no son, un mentiroso compulsivo. Incluso hay lugares como Estados Unidos en los que se premia con la presidencia a gente que se jacta de ser cualquier cosa.
Entonces, estos tipos adaptados son más peligrosos, como si hubieran aprendido cínicamente a mostrarse con un barniz de buenas personas. De ahí que tu personaje sea más rico a partir de esta habilidad que tiene.
En ese sentido que me decís de su habilidad, absolutamente. Él puede copiar todos los signos y adaptarse. La ventaja que tienen los psicópatas integrados –que dan la imagen de gente tan inteligente, tan aguda, que dan la impresión de que siempre nos van a ganar– es que, al ser personas incapaces de sentir, se ahorran toda la parte emocional donde la otra persona pierde, donde se ve vaciada, disminuida y demás. Estos tipos no pueden sentir como uno, pero saben cómo uno se siente, y este uno puede ser en singular o en plural, uno o una época. Es un personaje sumamente adaptable a todo, y no tengas duda de que, de haberse dedicado a militar la causa, sería uno de los que estarían en los cargos más altos de una estructura como la de Ni una menos, por darte un ejemplo. Son trepadores, se inmiscuyen, sobreviven en cualquier hábitat, son los más ponderados en una empresa o en un gobierno. Si bien la población carcelaria tiene un alto grado de gente con rasgos psicopáticos, los psicópatas integrados rara vez cometen un delito o una metida de pata grave que los lleve a la cárcel.
Así razona Germán: “Yo puedo distinguir a las mujeres hechas para ser dañadas por tipos como yo, y ella era una […] se divierten con la incitación constante a ser retadas a duelo, pero responden como imantadas a un patrón de abuso, y aun cuando advierten las señales de peligro, insisten en distorsionarse ellas mismas con la realidad”.
Relacionado con lo que venimos diciendo, tu novela es original en tanto nos presenta un femicidio desde la mirada masculina, como si estuviera dialogando con otros textos que narran desde la mirada femenina. ¿Podemos hablar entonces de una novela necesaria, más allá de que como autor te sea difícil pensarla así?
Obviamente, yo no puedo decir que sea “necesaria” no solo por ser el autor, sino porque no me puedo arrogar el conocer las necesidades del resto o cómo se suplen. Sí, me parece que es una novela útil porque se ve la forma más violenta de la misoginia, la cara más perversa, odiosa y agresiva del patriarcado que no puede deconstruirse. Esto sirve para descubrir a un tipo que se mueve en estos tiempos donde la mujer es consciente de todas las formas de violencia de las cuales fue víctima recurrente a lo largo de su vida y las denuncia. Esto lo dije en una entrevista de Sebastián Basualdo para Telam: hoy la mujer es más consciente, expone la violencia, la lleva a la lucha, a su trabajo; esta lucha es su bandera, su comunión. Ahí en algún momento se descubre al psicópata porque su forma de violencia es muy única por el vacío tremendo al que te somete y al que él nunca es sometido. Puede ser una novela útil para desenmascarar una forma de violencia muy fría, muy inteligente y, por eso, necesaria de desmantelar.
(Gonzalo me muestra algunos comentarios de lectoras que hablan de lo “hijo de puta que es Germán”, o de la “mugre espantosa de todos los personajes masculinos”).
Qué bueno que la literatura cree un espacio para que la gente vea o entienda más o se identifique.
Recién leo esta devolución acerca de que todo es abominablemente patriarcal contra Lila en esa novela. Por eso, si hay mujeres que me hacen estas devoluciones, esto habla de la utilidad del libro, en definitiva. Casi todos los comentarios coinciden en que no se toparon nunca con un personaje tan hijo de puta, tan impermeable todo el tiempo. Todo lo desprecia, no hay prácticamente una línea que no contenga una descarga de odio. En este sentido, puede ser útil para mostrar un costado del mal.
¿Considerás que Germán es tu mejor personaje?
Sin ninguna duda, porque prácticamente es el único personaje trabajado de esta manera, con este calibre. Por supuesto que hay otros personajes aleatorios, secundarios y demás, pero esta es mi voz narrativa más fuerte, más consolidada, la que me abrió más las puertas. Además, este personaje tiene mucho que ver con el contexto no solo de la novela, sino del país. Me parece clave resaltar cómo la mujer argentina está llevando adelante esta lucha de una manera muy singular. El otro día se veían los festejos desde la calle, desde las redes, desde todas las formas de comunicación. Siempre hablamos de que hay muchos países que tienen despenalizado el aborto, pero cuántas veces vimos una marea verde revolucionada, festejando, luchando de esa manera, poniendo el cuerpo al frío. Es importante resaltar el lugar donde Baraja actúa, la geografía donde se mueve. No es lo mismo este tipo acá o en otro lugar. Si bien es una lucha y una revolución en todo el mundo, la mujer argentina es como un pilar de esa lucha, y esto hace que el resentimiento de estos personajes sea quizás más exacerba.do, más agudo. Acá es donde se comete el femicidio de la novela. Sin ir más lejos, cuando te muestran el mapa verde de los países que tienen legalizado el aborto, nosotros lo vemos y estamos festejando entrar en el “mundo civilizado o en los países desarrollados”; ahora bien, cuántas veces se vio a las mujeres luchando y saltando frente a un parlamento. Eso habla de lo enraizado del patriarcado acá y de lo fuerte que es la estructura sistémica que tienen que tirar las mujeres abajo. La lucha de la mujer argentina es distinta, es muy fuerte, muy conmovedora, y esto repercute en este tipo de misóginos, psicópatas o resentidos. Acá se tuvo que luchar contra el mecanismo más rancio de razonamiento y se lo pudo dar vuelta. Un misógino en la Argentina no siente lo mismo que en otros países. Acá se pelea en las calles, en las redes, es una revolución integral. Se sabe que el aborto es un primer paso; el “no nos maten” es otro primer paso. Se sabe que no es solo una ley, sino que lo que viene con la marea verde es un cambio definitivo en la forma de pensamiento de todos nosotros. Lo que hace la mujer argentina es totalmente único.