A la manera de David Cronenberg, en el futuro que propone el escritor Martín Felipe Castagnet, la tecnología aparece atravesando al cuerpo humano, al propio organismo. Los habitantes del mundo recreado en Los cuerpos del verano (Factotum Ediciones) tienen cuatro opciones frente a la muerte: la primera es habitar en Internet, una especie de limbo digital donde vagan las almas en pena, como conciencias virtuales. La segunda es ser “quemados”, igual que en un cd virgen, en un cuerpo nuevo, sin importar género, edad, o raza; como un avatar, pero al revés. La tercera opción es ser “quemados” en su propio cuerpo hasta que este deje de funcionar definitivamente. La última es, sí, la muerte, pero aparece casi como una falla, como un error en el sistema operativo: “El sistema caído, la pantalla azul y después, nada”.
Ramiro, el protagonista de la novela, toma la segunda opción: es quemado en el cuerpo de una viejita gorda, después de pasar cien años navegando en la web. Tiene dos objetivos: rastrear a los familiares de su ex esposa, que se volvió a casar luego de que él murió, y encontrar a un viejo amigo. Vive con la familia de su nieto, con sus bisnietos y con su hijo, un viejito con Alzheimer. De vez en cuando, habla con su hija, que murió y vive en la web. En la familia de Ramiro, las generaciones no aparecen con verticalidad sino como multiplicaciones. La vida aparece como una persistencia: la gente vuelve una y otra vez a la tierra, sin importar el cuerpo en el que habita. Uno de los bisnietos de Ramiro asesina a su hermano a golpes. Al poco tiempo, están hablando por chat. Los padres, contrariados, tienen que explicarles que eso no se hace.
Al igual que el escritor francés Michel Houellebecq, con sus utopías de amor libre reglamentado, Castagnet desarrolla una nueva cultura: el sexo, la religión, la política, todo aparece atravesado por las nuevas condiciones del cuerpo. Así, las necrológicas informan los cuerpos que fueron “quemados”. O la Iglesia, que por supuesto se opone a esta especie de transubstanciación pagana, afirma que es una prueba de la existencia del alma. De todas maneras, asistimos a esta nueva realidad de manera progresiva casi sorprendiéndonos a la par del protagonista. Castagnet narra con naturalidad, sin perder el ritmo: nada está dado, los elementos que constituyen el universo ficcional de la novela van apareciendo uno tras otro.
Ganadora del Premio a la Joven Literatura Latinoamericana otorgado por la Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs, la primera novela de Martín Felipe Castagnet permite varias lecturas: desde la ciencia ficción ortodoxa hasta la discusión sobre la identidad, el extrañamiento y la autonomía sobre el propio cuerpo o, incluso, la reflexión de un nativo digital sobre el lugar de Internet: entre lo real y lo virtual.
“La tecnología no es racional; con suerte, es un caballo desbocado que echa espuma por la boca e intenta desbarrancarse cada vez que puede. Nuestro problema es que la cultura está enganchada a ese caballo”, teoriza Castagnet en uno de los fragmentos de su obra. Como toda buena obra de ciencia ficción, la lectura de Los cuerpos del verano invita a una reflexión no sólo de un futuro posible, ficcionalizado, sino también de un presente concreto, inmediato, cotidiano.