No sólo en Argentina se ha dado la escritura en colaboración, tampoco es propio de una época específica ni de una tendencia o escuela. Entre 1609 y 1625 el dramaturgo inglés John Fletcher escribió cuarenta y dos obras de teatro, la mitad de las cuales las hizo en colaboración; tal vez la más sonada fue la que hizo con William Shakespeare para adaptar un episodio del Quijote. Esta obra se llamó Cardenio, una obra que fue reconstruida hace poco, y que el escritor Carlos Gamerro en la novela homónima describe su proceso de escritura. Pero hay más casos. Los franceses Michel Lafon y Benoit Peeters escribieron el ensayo Escribir en colaboración, en donde pasan revista a los casos, según ellos, más llamativos: los hermanos Goncourt, Alexandre Dumas y Auguste Maquet, Gustave Flaubert y Maxime du Camp, Cortázar y Carol Dunlop, Bioy y Borges. En Los autonautas de las cosmopista, por ejemplo, Dunlop y Cortázar escriben: “¿Cómo vamos a proceder? Aparte de las reglas fundamentales del juego, no tenemos la menor idea. Escribir. Pero tal vez no directamente; los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra”.
Opuesto procedimiento siguieron los hermanos Goncourt que por casi dos décadas llevaron su famoso Diario, tres tomos que escribieron Jules y Edmond y seis restantes que escribió sólo Edmond con la presencia de su hermano muerto sobre su pluma. El caso de estos hermanos es particular porque se trató de una “fusión literaria, estética, afectiva, psicológica” que lejos de traducirse “en una escritura ‘a cuatro manos’ desemboca en una escritura a una sola mano”. Tal es la fusión que por lo general “para hablar en su nombre, Jules dice ‘yo’; para hablar en nombre de Edmond utiliza la perífrasis del tipo ‘el mayor de nosotros’”, aunque también usan “en una misma secuencia, el ‘uno’, el ‘vosotros’, el ‘nosotros’ y el ‘yo’”. Cuando el menor muere sífilis, Edmond no sabe si seguir con el Diario, finalmente lo hace, pero él “sigue escribiendo por dos”. Como dicen Lafon y Peeters, se trata de un caso de simbiosis.
Escribir en colaboración es un libro que recomendó y tradujo César Aira para Beatriz Viterbo. Publicado en 2008, vino a cerrar un círculo iniciado en 1994 con la publicación de Dos obras ordinarias, de Sergio Bizzio y Daniel Guebel, dupla que reincidió doce años más tarde con El día feliz de Charlie Feiling; entre medio la editorial publicó Palacio de los aplausos, de Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini, es decir el sello rosarino es uno de las que más ha editado libros en colaboración. Sin embargo, su editora, Adriana Astutti, aclara que no había ni hay “un proyecto en ese sentido”. Tampoco se trataba “de seguir una tradición argentina (las colaboraciones de Borges-Bioy o de Bioy-Silvina Ocampo), sino la ocasión de publicar algo que nos gustó mucho”. Un proyecto que recuerda con mucho cariño es “la escritura de un breve ensayo, Entregarse a la literatura: David Viñas (1989), escrito con Sandra Contreras, antes de crear, con Marcela Zanin, Beatriz Viterbo Editora”. Astutti advierte que escribir ensayos en colaboración “siempre fue un avatar feliz, una oportunidad de pensar, de charlar y de compartir, por un tiempo, un interés profundo”.
Si hay un escritor contemporáneo que más ha experimentado la escritura en colaboración, ése es Daniel Guebel. Con Sergio Bizzio escribió dos novelas y un par de obras de teatro, sin embargo antes participó de un proyecto de novela colectiva, en el que estaban Luis Chitarroni, Charlie Feiling, Alan Pauls, Sergio Chejfec y el propio Bizzio: “La idea era un poco al estilo cadáver exquisito, sólo que en vez de un renglón, cada ‘cadaverista’ escribía un capítulo. Yo hice el mío, no sé si en segundo o tercer lugar, y creo que con eso arruiné el proyecto”. Con Bizzio el proceso de escritura fue natural, sin una concepción previa de lo que tenían que hacer: para las obras de teatro reunidas en Dos obras ordinarias se reunían en la casa de Bizzio, “alternándonos en el tipeo. Uno se cansaba al rato y era reemplazado por el otro, salvo cuando uno de los dos cantaba ‘¡Lo tengo!’ y ahí se sentaba”. Con El día feliz de Charlie Feiling el proceso fue distinto, ya que escribían continuamente una escena o un capítulo cada uno, “sin corregirnos mutuamente. De hecho, puedo reconocer partes que escribí yo y otras que fueron de Bizzio, pero francamente, para la mayoría del texto me quedan dudas”. Guebel aclara que escribir en colaboración no es una singularidad argentina, tampoco es algo novedoso, “ni propio de una generación o escuela”. Para él todo libro está escrito en colaboración, aun aquellos firmados por un solo autor, ya que han sido escritos “con la colaboración de la literatura misma. Cuanto mejor es un escritor, más capas de literatura se le leen”.
Interzona es una editorial que acaba de publicar La China, una obra de teatro que Bizzio y Guebel incluyeron en Dos obras ordinarias. Al editor de este sello, Guido Indij, siempre le interesó el trabajo colectivo pero desde otro espacio: “Trabajé sobre la temática en libros como Buenos Aires Street Art, pero sobre todo en Correspondencias visuales, en los que se rescata la comunicación artística entre distintos creadores”. Indij llama la atención sobre otro tipo de trabajos, esto es, los libros en los que un ilustrador y un escritor trabajan de la mano para un proyecto en común. En el último tiempo hay varios de este tipo, como en la novela gráfica Beya, de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría, y el libro-objeto Informe sobre de ectoplasma animal, de Roque Larraquy y Diego Ontivero, a esos dos Indij recuerda un trabajo muy anterior, que publicó bastante tiempo: “Plancton, de Adolfo Nigro y César Bandin Ron. Allí no es como suele resolverse, un artista ilustrando un texto. Ni siquiera el caso contrario, un escritor, ilustrando con su texto una creación artística. Existe en esa obra una integración, una creación en paralelo y a cuatro manos”.
Christian Broemmel y C. Castagna desconocían del interés de Indij por la escritura en colaboración, por lo que su aproximación a la editorial fue casual y carente de cálculo. Pronto publicarán A morir por Factotum, sello que ahora pertenece a Interzona. Estos escritores se conocieron gracias a la publicación de una antología, luego sus caminos volvieron a cruzarse al compartir publicación en una pequeña editorial y, finalmente, terminaron organizando un ciclo de lecturas por más de tres años. Broemmel recuerda que “justamente en uno de esos encuentros le propuse escribir una novela a cuatro manos, más que nada porque me divertía la idea y me atraía el desafío, y él aceptó sin dudarlo. Dijo ‘tengo un personaje y un ambiente’ y me mandó el primer capítulo, yo se lo retruqué con otro”. En su caso el detonante estuvo en ciertas lecturas, como Deus Irae, de Philip K. Dick y Roger Zelazny, y por supuesto Seis problemas para Don Isidro Parodi, de Bioy y Borges. Pensándolo mejor, Broemmel cree que “nuestra novela tiene algo del humor y caso policial de Seis problemas... y algo de la ciencia ficción apocalíptica de Deus Irae”. Los protagonistas de A morir no son dos desconocidos, sino Castagna, “que decide no volver a dormir para ahogar en merca las penas de un amor perdido”, y Broemmel, “un motoquero amante de Byron y Pappo”. Para este escritor, la novela no ganó ni perdió nada al ser escrita a cuatro manos, “la única desventaja que se planteó fue la de los tiempos de escritura, que se alargaron mucho al depender de la coyuntura de dos personas en vez de una”.
Pero también hay escritura a más de cuatro manos, es el caso de La Gioconda/Los albañiles, de Pablo Katchadjian, Marcelo Galindo y Santiago Pintabona, que acaba de publicar el sello rosarino Iván Rosado. Su editora, Ana Wandzik, cree que la poesía permite mayores concesiones que otros géneros a la hora de experimentar, de ahí que tengan “cierta simpatía por obras en donde el ego de ‘la voz propia’ pierde un poco de terreno. En el caso de La Gioconda/Los albañiles se trata de dos obras mentadas de comienzo a fin entre estos tres autores. Si bien uno puede creer reconocer momentos de estilo de uno u otro en el andar de los poemas, esto no queda más que en suposiciones, y por el bien de la entereza del texto esto no se resuelve jamás”. Aquí hay unos versos que funcionan como el arte poética de la escritura en colaboración: “Como decía Borges/ la literatura es una construcción colectiva/ En Valencia, a principios de marzo,/todo el pueblo colabora para la paella festiva./ 150 kilos de arroz, 40 kilos de calamares./Entonces siguiendo a Borges,/ la paella es un libro que todos los valencianos escriben”. Esta editorial ha publicado más por casualidad que otra cosa más de un título en donde ese carácter único del yo se ha puesto en juego: Onnainty, de Ezequiel Alemian, un relato escrito en base a numerosos encuentros y conversaciones con Paco Fernández Onnainty, y en un futuro pretende publicar un volumen llamado Teatro gauchesco primitivo, una obra escrita por muchas manos, como Fernanda Laguna, Francisco Garamona, Juliana Lafitte, Alfredo Prior y Fabio Kacero.
Y si de muchas manos se trata, los Proxémicos es un blog y un grupo de amigos, todos escriben, puede decirse que algunos son escritores. Surgido en un taller de escritura, lo crearon Mara Campanella, Karina Cicero, Franco Massa y Emilio Jurado Naón, sólo este último tiene un libro publicado. El blog es un espacio de discusión de literatura contemporánea, hacen singulares reseñas, “fichas técnicas”, como las llaman ellos, las que son escritas por todos con criterios propios. Así fue como emprendieron la idea de escribir una novela a ocho manos: gracias a Google Drive podían ver al mismo tiempo lo que estaba escribiendo. “Se podía modificar lo anterior a piacere, sin necesidad de avisar”, recuerda Emilio Jurado Naón. “Cada dos semanas nos juntábamos para discutir el camino que iba tomando la narración y de paso leíamos en voz alta, nos celebrábamos sin vergüenza o vetábamos palabras, frases, adjetivos y diminutivos con inconsecuente arbitrariedad”. Cuando iban a cumplir nueve meses de trabajo decidieron darle un golpe de gracia a la novela, y ahí vinieron las juntadas virtuales: “cada uno desde su computadora, un martes a la medianoche, el mediodía de un sábado, escribíamos al unísono; veíamos el cursor de los otros tres moverse a distintas alturas del párrafo; o bien se armaba un diálogo en el que una escribía la primera línea y el otro estaba respondiendo a la vez que una tercera proxémica completaba la siguiente línea de la conversación”. Con la novela terminada, se la mostraron a editores y escritores, y hubo casi un consenso “en que no merecía publicarse y en que tenía tantos chistes internos que por momentos se hacía inentendible”. Otro ejemplo de ocho manos fue la plaqueta de poemas de Melito, nombre de fantasía que reúne a ocho misteriosas manos, que se tituló Para el viejo aquel… y que editó Belleza y Felicidad en 2014.
Entre las obras de ficción y no ficción, o entre los textos filosóficos y religiosos, abunda este tipo de escritura, hay de hecho muchos “clásicos”: La Biblia, Las Mil y una noches, El Conde de Montecristo, El Manifiesto del Partido Comunista, Ubú Rey, El Antiedipo. Y así como las obras los autores de estas obras también se multiplican: desde los hermanos Grimm y sus cuentos infantiles hasta la complicidad de Goethe y Schiller en los versos satíricos de Xenien, desde los hermanos Alvarez-Quintero y Machado y sus divertidos sainetes hasta Paul Auster y J.M. Coetzee y su correspondencia de bajísima intensidad, desde Las baladas líricas, de Wordsworth y Colerigde, y su prefacio que sienta las bases del romanticismo hasta Breaking Glass, de Almonte y Villavicencio y su particular diálogo poético. Siempre ha habido intentos por dejar el lugar común del escritor en soledad frente al mundo. Experimentación, tradición, simbiosis, espíritu lúdico, encargo, sean los motivos que hayan alentado este tipo de escritura, lo cierto es que nos acompaña hace más tiempo de lo que se cree porque, como recuerdan Katchadjian, Galindo y Pintabona, “la literatura es una construcción colectiva”.
Gonzalo Leon