Asunto Impreso

Entrevista a Luis Mey: "Hay que hacer oro con la basura"

De la tragedia a la comedia, el escritor Luis Mey plasma las desgracias de una forma cómica tanto en su vida como en sus novelas. Asegura amar sus tragedias, le parecen “encantadoras porque son inevitables”, y considera que “hay que hacer oro con la basura”.

Por Brenda Schultz, Marina Rodriguez Barreiro, Evelyn Cantore y Rosario Jiménez Calabrese

“Un amigo me dijo: ‘Vos tendrías que escribir’, le hice caso y desde ahí no paré”, cuenta el autor Luis Mey, nacido en 1979, quien a los 15 años comenzó a escribir. Su primera novela publicada se titula “Los abandonados”, y trata sobre Maxi, un músico adorable y aborrecible que toma el sexo como venganza y el humor como una forma de tolerar las carencias y la ausencia de comunicación que lo rodean. De todas formas, previo a su primera publicación escribió otros 24 textos que nunca dio a conocer.

Estudió cine, edición de libros y actualmente cursa la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires.

Es víctima de un padre alcohólico, golpeador y fabulador crónico, y declara que la escritura es su “manera de ahorrar terapia”. Su libro “Las garras del niño inútil” publicado en 2010 y reeditado a menos de un año por agotar la primera edición de 2000 ejemplares, trata sobre su infancia y es uno de los más “personales”. El autor trabaja sobre la vida cotidiana de una familia de clase media baja en pleno proceso de descomposición, para reflejar la desintegración social: “Al principio no le gustó a nadie, pero empezó a gustar cuando la gente entendió que estaba contando algo que en realidad era sano. Si otra persona hubiera sido el protagonista en la historia, tal vez la contaba diferente. Nadie narra dos veces lo mismo, yo lo relataría diferente si tuviera que escribirlo hoy. En ese momento sentía que yo controlaba la historia y que la historia no me controlaba a mí”.

Basándose en “un norteamericano que se llamaba John Fante, muy gracioso, muy terrible, y muy trágico, y una húngara que se llamaba Ágota Kristof, y es la simpleza hecha narrativa, no puede ser más simple y al mismo tiempo no puede ser más profunda”, Mey se inspira en autores que escriben con sus mismas características, utilizando un estilo tragicómico. “Todos los textos que sean simples pero contundentes me interesan”, afirma mientras enciende un cigarrillo.

A sus 16 años, una noche su abuela lo encontró escribiendo. “Nadie sabía que yo lo hacía, siempre aprovechaba la noche cuando todos dormían”, afirma. Y agrega: “Tenía un montón de novelas pero no se las mostraba ni a mis amigos”. Años más tarde, cuando su abuela tenía 95 años y un “Alzheimer galopante”, festejaban una navidad en familia y ella, que ya hacía tiempo no decía ni una palabra, pregunta: “¿Y, Luis? ¿Ya te recibiste de escritor?”, contó Mey. Él, sorprendido, le responde: “Todavía no, pero va bien”, a lo que su abuela contesta: “Ah, bien”. A su padre, que estaba sentado en la cabecera de la mesa, “se le cayó la mandíbula, casi rompe el plato”, dice el escritor, en tono de chiste. Esas fueron las últimas palabras de su abuela, y a los seis meses falleció. Este hecho tuvo gran relevancia en la vida de Mey, incluso lo hizo reflexionar: “Por más de que uno quiera controlar lo que va a generar al ser leído, siempre resulta diferente, por eso existe el dicho ‘publicar un libro es como lanzar una botella al mar’”, expresa.

“Cuando un texto no es honesto, es lo primero que salta a la vista. Podés tener grandes reflexiones o ideas sobre muchas cuestiones, pero si no las sentiste a flor de piel, se nota”, manifiesta en una entrevista para Página 12.

En 2013 obtuvo el premio Décimo Aniversario de la revista Ñ por su novela “La pregunta de mi madre”, pero con tan solo enterarse que estaba entre los diez finalistas ya se consideraba ganador. “Recordarlo es algo que siempre me da energía para seguir laburando mucho y me hace pensar que no lo hago tan mal como para dedicarme a otra cosa. Todos los días tengo en cuenta ese logro para darme pilas”.

Al reflexionar, el autor que escribe de una forma tragicómica desde sus comienzos, declara: “A mí me encanta ser feliz en la infelicidad e infeliz en la felicidad. Me quitás mis tragedias y me quitás patrimonio”. Comparte opiniones como esta en sus redes sociales: "Tanto que el propósito de la vida es ser feliz. Cuál es el propósito de la vida cuando se es feliz? Me conformo con no perder la sorpresa."

¿Tenés tinta en las venas?: Recibí nuestras novedades en tu casilla de correo