Si uno saliera a recorrer el circuito de lecturas de Buenos Aires encontraría que, buena parte de lo que se produce, se construye dentro de tres parámetros más o menos variables: la neurosis contemporánea, la clase media y la autoreferencialidad. Puede sonar a generalización injusta, pero, efectivamente, eso es lo que se está escuchando en mucho de lo que se escribe.
A diferencia de este impulso por escribir un texto a partir del yo-yo-yo, Christian Broemmel y C. Castagna optaron por una alternativa: llevar a sus lectores a la aventura. En su novela A morir, editada recientemente por Factotum Ediciones, eso es lo que hacen, guían al lector a través de un recorrido que empieza en ese espacio tan característico de la era pasada, los cibercafés, con sus turbas de adolescentes participando de partidas infinitas de Counter Strike y viendo pornografía en boxes (ligeramente turbios) de imitación madera.
Una particularidad: la novela fue escrita a cuatro manos o, mejor dicho, a dos voces. En cada capítulo es uno de los personajes, bautizados como los autores, pero no réplicas de los autores, cuentan, en primera persona, lo que pasa, lo que ven, lo que perciben y ese gran misterio que recorre la trama: ¿a qué vinieron realmente los chinos fundadores de cibers? Con ese espacio como punto de partida la ciudad se abre en distintos plantos. En las páginas se pueden encontrar las piruetas en moto del motoquero Broemmel y las maniobras de Castagna en una pista de un boliche que se adivina picante (todo sumado a un contrapunto entre lo humorístico y lo dramático, que recorrerá todo el libro).
Pero eso no es todo. Si bien se inicia desde la ciudad y lo urbano la novela aborda el género fantástico desde distintos puntos. Hay guiños a Star Trek, una veta de leyenda, o cuento de hadas, referencias al cine de aventuras de los 80´s y, como eje central, un cameo a esos mundos paralelos de pesadilla creados por Philip Dick, también conocido como el amo de la paranoia.
Con respecto a cuestiones formales de la escritura, o el tono de voz de los personajes, la prosa de Castagna se presenta más directa. Hay atención al sonido, sí, pero, a grandes rasgos, lo que se describe es lo que pasa y lo que se percibe. En contraposición a eso, la prosa de Broemmel está más atravesada por el discurso literario. El suyo es un motociclista que describe, lee y cita sus lecturas. Y en ese intercambio de capítulos intercalados hay una clara ganancia. La manera en la que Castagna y Broemmel se perciben, uno al otro, completa “el mundo” del libro, le aporta escenas que hacen avanzar la lectura con un ingrediente que suele escasear en la literatura: el entretenimiento.