“El autor con su universo propio se ocupa de equilibrar, con precisión quirúrgica, las cuentas pendientes entre el realismo, el psicologismo y el género fantástico”, dijo el escritor Félix Bruzzone cuando premió La luz mala dentro de mí, de Mariano Quirós, con el Fondo Nacional de las Artes. En plena lectura, la escritora María Inés Krimer dijo en su cuenta de Facebook: “(…) El amor a la familia es un amor equilibrista, un amor extremo. Los personajes que habitan estos cuentos están poseídos por ese amor y se dejan arrastrar por él, dice la contratapa de este libro que premió el Fondo Nacional de las Artes. Es así, nomás. Como una especie de Cheever chaqueño, Quirós da una vuelta de tuerca a la frase que cierra “Reunión”: “Fue la última vez que vi a mi padre”. Respiramos y pasamos de página.”. Así lo sintetizaron los escritores que lo leyeron y así se pueden resaltar otros ejemplos que ilustran, desde sus puntos de vista, lo que este libro representa para los colegas de Quirós y también para los lectores.
La primera clave del libro se encuentra en el epígrafe que funciona también como acápite, sobre la cita del cuento La canción que cantábamos todos los días del cordobés Luciano Lamberti. El libro interpela la cita, las configuraciones familiares, lo público y lo privado. En cada cuento hay preguntas hacia afuera y hacia adentro, atravesando el Chaco, Corrientes y Buenos Aires. Y en cada geografía hay una identidad y en cada identidad existe una mancha que se te pega y que se enlaza con el tono.
Ahí tenemos otra clave: Mariano Quirós tiene un tono reconocible, una marca particular (Torrente; Río Negro; No llores, hombre duro; Tanto correr) que se mete en los cuentos y lo hace desde el trato irónico de los personajes, en los golpes en un ring de boxeo, en el sueño como recurso de extrañamiento y pacificación, cuando el clima no puede más de densidad.
En estos relatos tenemos una serie de elementos que muestran y esconden, al mismo tiempo: el monte chaqueño en “Toda la luz mala” y “Cazador de tapires”, la mirada urbana de los narradores descreída de las bondades de la naturaleza que se presenta hostil. La operación se da a la inversa cuando un habitante del monte (con toda la mitología local) se traslada a la ciudad en “Lobisón de mi alma”, cuando el narrador se las ve con una furia contenida, con la no comprensión de la otredad, el dolor en relación a lo humano y la mudanza a una ciudad imprecisa y cruel.
La narración deshilvanada acompaña la disfuncionalidad familiar (disfuncionalidad que no está vinculada a la conformación en sí, sino a los vínculos) en los relatos “Un arma en la casa” y “Saber pegar”, enseñan la violencia, pero en Quirós la violencia tiene doble filo, la que se ve y la que oculta que suele ser implacable.
La pura reflexión literaria (o meta literaria) se reparte en tres cuentos: “Lee Don Reinoso”, “Una paliza literaria”, “Un libro para Gastón”, textos que van de lo fantástico a lo costumbrista, en las que el ego da vueltas como una marca y en un cinismo de efecto feroz.
Los cuentos del libro nos machacan, nos inquietan. Nos hacen frenar en una esquina para preguntarnos algo, para cuestionar una palabra, un personaje, un texto. Nos meten en el monte chaqueño como si lo conociéramos de toda la vida, en la vida de familias que sentimos la nuestra, en sufrimientos y penurias amorosas que se nos parecen. La luz mala de Quirós está hecha de buena Literatura.