Alcanzan tan sólo unas palabras de Cuentos cubanos para transportarnos, esas formas tan distintas para los otros hispanohablantes. Unas oraciones hacen desaparecer las telas en las cara y la lana de los cuerpos. Estamos ya en otra tierra, en otro clima. Sin abrigo recorremos una playa que se percibe infinita, metemos los pies en un agua cálida, transparente. Tiramos la cabeza hacia atrás y el sol, ese sol veraniego en cualquier mes, nos acaricia.
Cuentos cubanos reúne ocho historias. Ocho autores de aquella tierra que parece lejana hasta que recorremos estas páginas: Onelio Jorge Cardoso, Virgilio Piñera, Mirta Yáñez, Reinaldo Arenas, Eduardo Heras León, Jesús Díaz, Carlos Victoria y María Elena Llanas. Puede parecer extraño este lanzamiento en pleno invierno, las temperaturas que no alcanzan los dos dígitos, las personas obligatoriamente tan separadas que no existe la posibilidad de calentamiento corporal. Y es que es esa, precisamente, la razón. Encontrar en estas páginas aquello que tan fuertemente anhelamos. Recorrer, al menos por el rato que dure esta lectura, otras calles, otro clima, otros colores. Que nos invada el olor a sal, a las frutas que no llegan hasta acá, cuyos nombres tal vez ni conozcamos. Aunque unidos por el territorio y la experiencia, esta selección muestra distintos estilos y recursos, pero la oralidad pareciera estar siempre presente. Cada relato ofrece una ventana a una parte de la cultura cubanaasí como a las tensiones históricas y políticas que han atravesado al país. Un avistaje a la ruralidad, la cosecha de café, un hombre convertido en santo frente a la necesidad de milagros, la Revolución cruzando las líneas. Reformas agrarias, intervenciones, “gusanos” que vuelven. Por momentos rige la crudeza de la realidad, por otros la ironía, a veces la ternura de acompañar los pasos de un niño. Un paseo por otra cotidianeidad, una entrada a esas casas tan distintas, un sorbo al café negro sin azúcar para no cambiarle el gusto.
“Como si se hubiera prendido fuego a las nubes amaneció esa mañana el cielo. Rojo brillante. Rojo candela. Y las seis mujeres de la casa que no paraban de hablar ni un segundo de la intervención, de los brigadistas y de aquel cielo que parecía que se iba a acabar el mundo”. Mirta Yáñez, del cuento “A Indalecio le preocupa”
Las páginas avanzan y estamos rodeados de cuerpos mulatos, un vaso en la mano en el que revolvemos la hierbabuena de este mojito autóctono. El baile es seductor, aquí no existe la distancia social, sólo hay transpiración, pura materia y fibra. Las risas estallan como erupciones desperdigadas, tantas que son indiscernibles, se ven dientes por doquier blancos y grandes. Todo es color, no hay remeras oscuras, hay rojos, amarillos y azules vibrantes. Esta nueva edición de la colección Palabras mayores nos permite conocer otro país, otra cultura, los debates que la atraviesan, hasta sus contradicciones. Una muestra de otras historias y de esa historia que conocimos de afuera y en la que podemos entrar, aunque sea parcialmente, a través de esta selección.
“Y seguí caminando con los ojos cerrados. Y no se lo vaya usted a decir a mi madre, pero con los ojos cerrados uno ve muchas cosas, y hasta mejor que si los lleváramos abiertos… Lo primero que vi fue una gran nube amarillenta que brillaba unas veces más fuerte que otras, igual que el sol cuando se va cayendo entre los árboles. Entonces apreté los párpados bien duro y la nube rojiza se volvió de color azul.” Reinaldo Arenas, del cuento “Con los ojos cerrados”