Asunto Impreso

Conurbano de ficción: relatos del barrio y el descampado

En clave fantástica o realista, escritores y cineastas recrean en sus historias las imágenes sobre el Gran Buenos Aires, esa terra incognita.

El argumento de Operación masacre, de Rodolfo Walsh, es más que conocido. Un grupo de trabajadores se reúne en la casa de uno de ellos, en el barrio de Florida, para escuchar una pelea de box en la radio. Es un barrio obrero que, escribe Walsh, "no es lo mejor del partido de Vicente López, pero tampoco lo peor". En medio de la noche, producido el levantamiento del General Valle contra el gobierno de Aramburu, la policía entra en la casa, detiene a los trabajadores y los lleva hasta la localidad de José León Suárez, al norte del Partido de San Martín. El lugar ahí sí parece acercarse a lo peor: "un amplio baldío, un depósito de escoria, el siniestro basural de José León Suárez", describe Walsh. El caos es inmediato: en medio de los desechos y sumidos en la oscuridad, empiezan los gritos y el desordenado fusilamiento que termina con la muerte de algunos y la huida de otros.

El argumento es más que conocido pero pocas veces se repara en que entre las dos escenas se produce un desplazamiento por la Provincia de Buenos Aires que nos ofrece dos visiones del conurbano. En la primera, vemos un suburbio de trabajadores cercano a la Capital, donde no hay lujos pero tampoco faltan comodidades. En la segunda, en cambio, hay violencia, angustia, caos. Entre esas dos imágenes se vienen construyendo en los últimos años, desde principios de 2000, muchísimos relatos del conurbano bonaerense que incluyen ficciones, crónicas periodísticas y películas, con nombres y estéticas disímiles, de escritores como Juan Diego Incardona, Matías Alinovi, Josefina Licitra, Ángela Pradelli, y la lista sigue...

¿Pero qué resulta tan atractivo de este espacio que tantos deciden situar allí sus historias? ¿Y allí dónde exactamente? Conurbano, Gran Buenos Aires, suburbio, la lista de nombres prolifera, y parecería que cada término nombra algo similar pero diferente. A veces, radicalmente distinto: ¿hay algo que una la vida en un barrio carenciado de la zona sur con la vida supuestamente apacible de un country en zona norte?

Lo primero que llama la atención de cualquiera que mire un mapa es la extensión del Gran Buenos Aires, y esto no es un dato menor en los relatos del conurbano. En el último tomo de la Historia de la Provincia de Buenos Aires (Edhasa), un voluminoso libro publicado recientemente que recorre toda su historia y problemáticas, el ensayista Adrián Gorelik lo explica con claridad. Desde finales del siglo XIX, la ciudad no ha parado de crecer, extendiéndose hacia zonas que antes quedaban fuera de su trazado, su cultura, su identidad. Pero hasta mediados de la década del setenta, esa extensión no se verificaba sólo en el espacio. También implicaba que cada vez más gente pudiera acceder a la cultura y las comodidades de la ciudad, que se integrara a su vida y su ritmo. Desde la última dictadura militar, para Gorelik esa inclusión se ha ido deteniendo y, en cambio, sólo queda la expansión territorial que hizo del conurbano la terra incognita inabarcable que vemos en el mapa pero también en los diarios y la televisión.

"El conurbano es mucho más que un problema de clases sociales. Para empezar, es un territorio descomunalmente grande e inabarcable, y por eso cualquier intento por contar algo debe partir de una idea de recorte: hay que elegir qué contar", dice la periodista Josefina Licitra. En 2011, publicó su libro Los otros, en el que narra la historia de un adolescente que vivía en un asentamiento informal en zona sur y fue asesinado en el barrio vecino de Villa Giardino, en Lanús. Lo que a Licitra le interesaba de esa historia era, más que la investigación policial, ver cómo el hecho había producido una fractura social violenta entre vecinos. Cómo se levantaba un muro (literal) entre dos zonas y sus habitantes. Para ello recorrió los barrios y entrevistó infinidad de vecinos, escuchó sus versiones de la historia del asesinato y de cómo se había expandido el barrio en ese asentamiento precario.

"No me refiero a la fractura social más obvia, la que se da en los espacios de convivencia entre barrios cerrados y asentamientos -explica Licitra- sino a una más sutil, que separa los asentamientos de los barrios de clase media empobrecida, que viven aterrorizados por la idea de 'caerse' de su clase y terminar viviendo como 'los otros', los de al lado."

Sin embargo, la misma Licitra dice que si bien ese miedo es un rasgo importante de la vida en el conurbano, "eso no es el conurbano". En un espacio tan grande y poblado por más de diez millones de personas, ¿quién puede decir que realmente lo conoce? ¿Y qué historias se cuentan ahí, entre el barrio apaciguado y la oscuridad del descampado?

Universos

"Para mí el conurbano es un espacio autobiográfico y literario", dice sin dudas Juan Diego Incardona. Desde que hace más de diez años empezó a planear sus primeros cuentos sobre Villa Celina, el barrio de La Matanza en el que creció, Incardona no dejó de pensar y escribir sobre ese territorio que para él es el imán de su imaginación literaria. En 2008 publicó un libro de cuentos que se llamaba, justamente, Villa Celina, y en 2009 volvió a situar en La Matanza su novela El campito. Ahora prepara una nouvelle titulada Las estrellas federales, que se publicará a fin de año y con la que cerrará esta serie del conurbano.

"Me interesa evocar las historias que escuchaba en mi infancia y que eran lazos en un conurbano babélico articulado por esas historias exageradas, relatos orales que rompían la cotidianeidad del barrio", explica Incardona. En sus libros, esas historias funcionan con lo que él llama "fantasía referencial". Pueden aparecer personajes fantásticos, como el Hombre Gato o el Lobizón, pero el referente siempre son los personajes que existen en la mitología del barrio que evoca. En su novela El campito, la acción transcurre en el año 1989, en medio de la hiperinflación, un grupo de chicos se junta a escuchar las historias de la resistencia peronista, que incluyen enfrentamientos entre espías de la oligarquía y enanos peronistas, y desencadenan un raid de batallas épicas. Las estrellas federales, adelanta Incardona, será un relato de ciencia ficción ubicado en La Matanza, que incluirá un circo de mutantes y eventos climáticos apocalípticos que siguen al cierre de las fábricas, a principios de los años noventa. El relato de género se apropia del conurbano.

Otros escritores como Leandro Ávalos Blacha, autor de Berazachussetts (2008), y Leonardo Oyola, autor de Kryptonita (2011), también se alejan en sus novelas del realismo a la hora de situar sus historias en las zonas del conurbano bonaerense donde crecieron. En la primera escena de Berazachussetts, un grupo de cuatro maestras se encuentran con una zombi punk que, creen, ha sido víctima de una violación. A partir de ahí se desencadenan una serie de historias entrecruzadas que incluyen una banda de "hijos de" protegida por el poder local, un profeta apocalíptico y una heroína lisiada. Todo en el espacio de la zona sur del conurbano, con nombres deformes como Burzacapulco o Tolosaka: "Es cierto que desde los medios había una construcción del conurbano como un lejano oeste, una saturación de imágenes de muerte, delito y violencia constante, que lo volvían un escenario muy propicio para historias negras -dice Ávalos Blacha-. Pensé la novela desde una óptica que, como bien decís sobre la toponimia, deformara ese mundo al cruzarse con una dimensión fantástica, del cine clase B". El resultado hace explotar esos preconceptos que a menudo los medios de comunicación construyen sobre el conurbano, aplanándolo.

"El mío es un universo autobiográfico, pero ahora a la distancia", aclara Leonardo Oyola, que cuenta que en una novela como Kryptonita -que tendrá su versión cinematográfica- están evocadas historias que escuchó o de las que fue testigo en su primera juventud en La Matanza. Allí Oyola parte de una premisa tan extraña como atractiva: ¿qué hubiese pasado con Superman si hubiera nacido en La Matanza? En su universo ficcional, se cruzan la historia de médicos "nocheros", que hacen guardias que no les corresponden, con la de una banda de delincuentes que tiene por líder al poderoso Nafta Súper, el Clark Kent del conurbano. Toda la acción transcurre en una noche en el Hospital Paroissien. El riesgo, sin embargo, es "idealizar ese tipo de vidas, romantizarlas", advierte Oyola.

Las historias en hospitales del conurbano no son pocas. En 2010, la trama de Carancho, la película de Pablo Trapero, también transcurría en un hospital de La Matanza, en el que un entramado corrupto de médicos, abogados y burócratas lucraba con accidentes de tránsito. El ritmo era el de un policial negro, aunque sin los rasgos fantásticos del de Oyola, pero dejaba al descubierto la diversidad de personajes de diferente extracción que componen el complejo entramado social de la zona. Es que el conurbano, como explica Gorelik, no puede ser pensado en función de una sola clase con intereses homogéneos.

Aunando realismo y experiencia, Luis Mey escribió una trilogía sobre un chico del conurbano, formada por las novelas Las garras del niño inútilEn verdad quiero verte pero llevará mucho tiempo y Los abandonados. Mey ubica su historia en un barrio de clase media baja de San Isidro, entre las Lomas y la villa La Cava. Cerca de aquella zona norte apacible donde vivían los obreros que retrataba Walsh, donde el tiempo también ha hecho lo suyo. "El héroe del conurbano al que adhiero aprendió a cantar con la mierda al cuello -dice Mey sobre sus novelas de iniciación-. Son los hombres caballos de Troya, a los que la capital permite entrar luego, con su ejército de frases propias y denominaciones particularísimas. Es el triunfo del hombre sin nombre: del hombre con apodo." Esos apodos persisten, en novelas en clave realista como las de Mey o en los superhéroes fallidos de Oyola. Son la marca del deseo de una identidad que parece imposible.

Centro o periferia

"El conurbano más que ser la periferia está en el centro. Es un espacio intermedio entre la ciudad y el campo", dice Incardona. La palabra surgió, de hecho, asociada a un espacio sobre el que la ciudad avanzaba pero sin instalarse del todo, uniendo centros urbanos. Ése fue el sentido que el geógrafo escocés Patrick Geddes le dio a la palabra que inventó en 1915: conurbation. Para Incardona, el conurbano puede verse como un juego de luces rodeadas por la oscuridad de los terrenos baldíos y desocupados. Esa unidad de tierra que Incardona llama "campito" y que apaña imaginarios cruzados entre lo rural (la luz mala, el lobizón) y lo urbano, algo que le falta a la ciudad.

Matías Alinovi, en su novela La Reja (2013), trabajó con esa idea de un espacio fronterizo en el que muchos de los conceptos que articulan nuestra vida se ven momentáneamente suspendidos. En su libro, un hombre recibe un llamado que le informa que su quinta en La Reja, Moreno, ha sido ocupada por intrusos. Lo que sigue entonces es el viaje alucinado del habitante de la ciudad que intenta recuperar la propiedad pero, sobre todo, va dándose cuenta a cada paso de que esa idea misma de propiedad aparece amenazada. El conurbano se vuelve, por esa posición intermedia, un espacio abstracto que adquiere distintos significados frente a cada experiencia nueva.

"Sugiere un espacio connaturalmente asociado a la urbe. Sin ser urbe, es con ella: es junto a ella sin serlo. Un espacio en el que acaso la experiencia de lo urbano vendría a completarse. Los fines de semana en La Reja completaban la experiencia urbana", dice Alinovi. También para él la experiencia propia de ese espacio se revela en la escritura. De esta manera se evita definir el conurbano apenas como lo que no es: lo que amenaza una ciudad que lo percibe como peligroso.

Esta proliferación de relatos sobre el conurbano tan diferentes muestra que esa concepción resulta pobre, demasiado apegada al coro de preconceptos del sentido común. En la página web de canal Encuentro se puede ver una serie de entrevistas con protagonistas del mundo de la cultura y del activismo social que, otra vez, recurren a sus propias experiencias para reconstruir un espacio heterogéneo que parece tener tantas historias como habitantes. "El conurbano es una gran ciudad que rodea a la ciudad", dice allí la escritora Mariana Enríquez, dotando a este espacio de una identidad propia, no vicaria de un centro ilusorio. En Florencio Varela, en medio del terreno que se pretende analizar, también la Universidad Nacional Arturo Jauretche auspiciará durante septiembre y octubre charlas públicas con autores de ficción que se han propuesto trabajar con la miríada de versiones que confluyen en el conurbano. A esta altura, no resulta sorprendente: en un espacio que no ha dejado nunca de crecer, tampoco las voces dejan de multiplicarse.

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