Escribir puede ser un viaje.
Una búsqueda de la felicidad.
Una adicción que da placer.
Experimentar otras vidas, otros cuerpos.
Sentirse el dios de un pequeño mundo.
Y en muchos casos, un hechizo de sanación.
¿Qué pasa por la cabeza de nuestros escritores favoritos cuando se encuentran en pleno proceso creativo? Podemos intuirlo. Adivinar. Aun así, a muchos nos sigue rondando esa pregunta.
¿Qué pasa por sus cabezas?
Verónica Abdala es periodista cultural desde hace 25 años. Ha colaborado en medios como Página/12, La Nación, Clarín y Revista Ñ. A lo largo de su carrera, esa pregunta también la inquietó. Sin embargo, a diferencia de otros, ella sí logró respuestas. Es una gran profesional, y no solo por haber entrevistado a escritores como José Saramago, Rosa Montero y Ray Bradbury. Verónica, con su belleza y calidez, crea un clima tan íntimo que el escritor se siente cómodo y deja expuesta su esencia.
“Café literario” es una edición preciosa, con una diagramación delicada e ilustraciones hechas con café a cargo de Tomás Gorostiaga. Pero sobre todo, es un tesoro que refleja desde diferentes aristas el misterio del proceso creativo.
Entre las páginas de esta cajita llena de joyas podemos encontrar este fragmento que amé de Mario Vargas Llosa: “Estoy convencido de que si estuviéramos satisfechos de este mundo, si tuviéramos un mínimo acuerdo con este mundo, no escribiríamos. ¿Qué es sino lo que nos lleva a intentar crear otros mundos paralelos?”.
Verónica hace un enorme aporte cultural con esta selección de más de dos décadas de trabajo. “Café literario” es un libro esencial para quienes leen y los que aman escribir. Y no solo hablamos de ficción, entre sus páginas también figuran autores de no ficción. En los mejores casos, estos límites suelen ser bastante difusos.
—¿Qué es la lectura para vos?
—Yo soy lectora desde muy chica. Pienso en mi infancia y me recuerdo leyendo. Y en la adolescencia, cuando salíamos a bailar con mis amigas, me llevaba un libro y me iba a los reservados. Siempre conecté con esto de una manera muy emocional. Cuando leemos algo que nos gusta, se produce una comunión muy poderosa y real. Puede darse incluso un encuentro amoroso a través del tiempo y espacio, solo con las palabras.
—¿Cómo terminaste siendo periodista cultural?
—Cuando tuve que elegir una carrera, primero pensé en Letras, pero creí que quizá podría condicionar mucho mi placer por la lectura. Entonces entré a Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires, con la idea de ser periodista y escribir sobre libros, escribir ensayos y hablar con escritores.
—¿Cuál fue tu primera nota?
—Estaba en segundo año de la carrera cuando un profesor aseguró que era muy importante la experiencia. Entonces me dije: “Tengo que escribir en un diario como sea”. Sin ninguna experiencia, le propuse una entrevista a Mariana Enríquez, que había publicado una novela que se llama “Bajar es lo peor”. No sé cómo la contacté, era 1995… La cuestión es que la llamé y le propuse: “¿Qué te parece si convivo con vos dos, tres días, y de paso hablamos de tu libro?”.
—Y te mandaste nomás…
—Yo iba con 200 preguntas y ella fumaba 200 cigarrillos por hora. Ella era algo desprolija y yo todo lo contrario, una nerd. No llegamos a los tres días, pero sí logré una nota. La llevé a Página 12 y terminó siendo tapa del suplemento de cultura. Entre que yo, que no tenía experiencia, pregunté sin filtro, y ella que contestó también sin filtro, salió una cosa tremenda. Todos quedaron impresionados. Cuando fui a cobrar, volví con otra entrevista. Y así, hasta que me dijeron: “Vení, sentante, si querés comprá facturas”. Me quedé laburando 12 años ahí.
—¿Podemos decir que “Café literario” comenzó a gestarse a principios de tu carrera?
—Sí. Casi todas las entrevistas las terminaba con la misma pregunta: “¿Por qué escribís?”. Las respuestas son siempre impredecibles y variadas. Eso me empezó a llamar cada vez más la atención. Hay gente que dice que se curó a través de la escritura, o que se vengó, que siente una cuestión poética o bien, lo toma como una revancha con la vida. Entre las respuestas parece no haber punto de contacto, es algo que no deja de ser misterioso. Cuando les preguntás a escritores, incluso premios Nobel, se quedan muchas veces en silencio, o sacan respuestas automáticas que en cuanto profundizás un poco, no tienen sentido.
—Debe haber sido difícil seleccionar estos fragmentos…
—Tengo unas seis cajas grandes con todas las entrevistas que fui haciendo. Me he pasado muchos años subrayando pasajes. ¿Cuál fue mi criterio? Seleccionar aquello que el autor no tenía previsto decir sobre el misterio de la escritura. Creo que esta serie de pasajes de entrevistas revela ciertas intuiciones de los escritores, pero también su incertidumbre.
—¿Qué declaración te conmovió?
—En el libro figura una respuesta de Julián López, autor argentino. “Vivimos relatándonos nuestras propias vidas para tolerar su intensidad o su chatura”. Me gusta porque mencionó esos polos. Creo que todos estamos piloteados entre estos dos extremos. La chatura de la existencia, la rutina, nuestros condicionantes, y por otro lado, la intensidad, que también resulta intolerable. También me gusta lo que dijo Tomás Eloy Martínez: “Se puede elegir ser escritor, claro, pero la vocación de escribir no es algo que se elija, como ninguna otra vocación. Ser escritor se convierte en un apetito, un deseo, una necesidad desde muy temprano”. Es algo que los autores no pueden evitar. Más allá de cómo lo hagas, seas bueno o malo, tengas o no éxito.
—¿Y a vos qué te impulsa a escribir?
—Lo pregunté toda la vida, qué difícil… La escritura es la forma más íntima que encontré para conectar con otro y también conmigo misma. Si me dieran una hora en soledad antes de morir, yo escribiría. Creo que cuando uno escribe, tiene la idea de que hay otro interesado en uno, imagina una forma del amor. Y en esa forma del amor, uno puede relajarse y ser quien realmente es.