“Los tatarabuelos de los negros, los awon baba, los antepasados, fueron cazados en Camerún, Angola, Congo, Nigeria, Guinea, Benin… Descendían de reyes y príncipes de reinos antiguos, cultos y poderosos”. Son los ancestros en lengua yoruba, quienes dan título a un cuento y a la colección “Awon Baba” (Pallas, 2022), de Teresa Cárdenas. Los 12 cuentos que componen el libro rescatan las tradiciones de los antiguos y brindan un duro relato de la violencia y el maltrato durante la esclavitud.
El protagonismo negro y la esclavitud son temas recurrentes en la prosa del escritor cubano de 53 años, para quien la herencia intangible recibida de estos antepasados —incluida la fuerza que les permitió sobrevivir— permanece en sus descendientes en la diáspora africana.
Cárdenas es un multiartista; Además de escritora, es actriz, narradora y trabajadora social. Logró reconocimiento con libros como “Cartas a mi madre” (Pallas, 2010) y “Cachorro Velho” (ídem), que recibió el premio Casa de las Américas. Sus libros han sido publicados en varios países como Canadá, Estados Unidos, Suecia y Corea del Sur.
Residente en La Habana y madre de tres hijos, Teresa está presente en la escena cultural brasileña y regresa al país este mes para participar en Flica, el Festival Literario de Cachoeira, en Bahía, donde su lectura encuentra muchos ecos.
El tatarabuelo del dueño de Engenho huyó de Salamanca y fue bandolero, gigoló, asesino.
Para hacer fortuna se embarcó en el barco Esperança. Y, con licencia de Su Majestad Católica de España, se dedicó a traficar africanos hacia las colonias hispanas de América.
Durante sus largos años como esclavista, entregó dieciocho mil almas a la esclavitud.
Cuando creció, se instaló en Cuba. Poseía tres molinos y llegó a tener más de cuatro mil esclavos.
Murió pacíficamente, dejando una considerable fortuna a los dos hijos que tuvo con doña Rosa, su esposa.
Los hijos que tuvo con las negras Maria do Rosário, Manuela Lucumí, Nicolasa y Caridade da Cruz nunca los reconoció como propios ni les dio la libertad.
En el momento de la muerte del viejo patriarca, su viuda vendió dos de los “bastardos” a un terrateniente vecino. Otro fue desmembrado por intentar escapar hacia el monte; y la más joven, enviada a uno de los muchos prostíbulos del puerto.
Los tatarabuelos de los negros, los awon baba, los antepasados, fueron cazados en Camerún, Angola, Congo, Nigeria, Guinea, Benín... Descendían de reyes y príncipes de reinos antiguos, cultos y poderosos.
En la época en que fueron arrestados y sacados de sus pueblos para convertirse en esclavos, muchos eran artistas, maestros, cazadores, agricultores, herreros, curanderos, sastres, orfebres, carpinteros...
Fueron llevados al Nuevo Mundo, desnudos, encadenados, como animales. Soportaron ser golpeadas, martirizadas, violadas, vendidas, separadas, asesinadas…
No tenían bienes ni dinero para dejar a sus descendientes, pero, en cualquier caso, legaron lo imprescindible para sobrevivir al horror: cuentos y canciones, cantos y danzas, sus dioses y alimentos, la fuerza de su espíritu y la recuerdo quienes eran...