Asunto Impreso

Reseña #476- El agua se niega

Por Natalia Zito

Un cuento es una acción dramática completa. Eso dice Flannery O`connor en “Para escribir un cuento” y agrega que los personajes se muestran por medio de la acción. De ese texto, en el que despotricaba contra los principiantes obstinados en “ser escritores”, se desprende casi una fórmula: personajes sólidos equivalen a gran parte del trabajo narrativo. La vehemencia de O`connor es casi irrefutable. Aunque también hay quienes valoran el contexto como un personaje en sí mismo, como un factor con la capacidad de corromper una estirpe. Si Flannery acaso lo discutiera y argumentara que es el personaje quien crea el contexto, bastaría con recordarle el sol del cielo que se abre en toda su extensión para dejar que llueva fuego sobre la frente hinchada de Meursault en El extranjero, de Camus. Y si acaso alguien insistiera con las razones personales de Meursault para disparar, podría argumentarse con igual vehemencia acerca de Marisa, la protagonista de Farmacia y los motivos que la llevan a negar una botellita de agua oxigenada.   

Farmacia es la tercera novela de Marcelo Guerrieri, fue finalista del Premio Nueva Novela Página/12 y fue editada por Factotum en 2016. Farmacia es un gran cuento y justamente ahí reside su mayor virtud. Es un plano continuo de veinticuatro horas que bien podría ser una obra de teatro, un cortometraje, un cuento redondo o lo que es: una novela ágil con la precisión de un cuento. El arte de mostrar las pequeñas miserias de un ambiente laboral cargado de insatisfacciones que se convierten en gestos sutiles que, por acumulación, generan desastres. Guerrieri hace literatura desde el corazón de lo cotidiano en una farmacia de Lanús, llena de viejos con recetas de PAMI a las que siempre le falta algo, igual que a todos en esta historia. Farmacia narra ese día en el que la insistencia de lo igual se torna insoportable. Cuando eso pasa, lo común estalla y vale la pena contarlo. 

Barthes, en La cámara lúcida, dice que cerrar los ojos es hacer hablar la imagen en silencio. Luego de haber leído Farmacia, al cerrar los ojos aparecen personajes que se pierden por un pasillo para luego aparecer y desaparecer mil veces, mientras los rebotes del teléfono surcan los ambientes de un lado a otro sin que nadie los atienda verdaderamente. Al cerrar los ojos, al final, se revela la novela concebida como una pieza de ingeniería. Se trata de un escenario con un punto de fuga que funciona como el motor del movimiento, el trayecto que transforma, traslada y construye sentido. Los personajes están sometidos a una alta y permanente presión en direcciones cruzadas, eso permite que el interés en la trama se mantenga y crezca paulatinamente hasta el final. Construye un clima en el que nadie puede estar demasiado tiempo en el mismo lugar. Nadie, ni siquiera el lector, que atraviesa la historia de la mano de un narrador en tercera que acompaña el tiempo justo a cada personaje, lo suficiente para generar intimidad con cada uno y luego fugarse hacia otro y así. Una atmósfera de minúsculas y aparentes salvaciones individuales, envidias, amores y fidelidades ridículas. El constante sonido del teléfono es un artificio narrativo que estructura, aporta sentido y colabora con el clima perturbador que busca la novela, logrado también a partir de la minuciosa creación del espacio interior y exterior. Farmacia es una novela sobre los que están el fondo, los del pasillo, los de adelante y los de afuera. Es una reflexión profunda sobre el encuentro entre lo que alguien quisiera ser y lo que termina siendo, producto de las circunstancias que tocan en suerte o mala suerte. 

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