Asunto Impreso

Maratón de jóvenes escritores: Luis Mey

“Todos buscan decir algo y llegar a la verdad y yo soy totalmente mentiroso”, afirma. Admirador de Quino y de Bukowski, dice que sería el protagonista de la película "Rudy", sobre un chico que pelea contra las adversidades para cumplir con su sueño de jugar al fútbol americano.

Luis Mey tiene 33 años y tres novelas en su haber: Los abandonados, Las garras del niño inútil (ambas editadas por Factotum) y Tiene que ver con la furia, escrito con Andrea Stefanoni (Emecé). Librero de profesión y estudiante de Derecho, vivió en lo que llama “la Franja de Gaza del Conurbano”, entre San Isidro y Beccar.

Revista Dínamo: ¿Qué es ser un joven escritor?, ¿desde cuándo te autodenominas escritor?
Luis Mey: Ser un escritor joven es estar cansado de todo antes de tiempo. Escribir de noche. Tener ojeras por desorganizado, y no por los años. Un escritor joven piensa que tiene toda la vida por delante y que, al pensar sus días con un trabajo de 9 a 18, se marea, tiene náuseas. Un escritor joven tiene gastada la codera de tanto querer codearse. Y desde cuándo me siento escritor es sencillo: cada día en que me siento –o no– y escribo una cantidad de palabras que hayan necesitado por lo menos cien veces de vueltas por el teclado entero. Si al otro día no escribo, soy un empleado de comercio que antes escribía.

RD: ¿Cuáles son tus referentes literarios?, ¿qué texto te marcó para siempre?
LM: Quino, Fante, Bukowski, Goyen, Arriaga, Netlinger. Esas cosas. El viejo de la esquina que cortaba el pasto todos los días y vivía así: se levantaba temprano, salía engominado en su bicicleta, la esposa traía la comida del almacén de la esquina. A la tarde regaba y a la noche había una luz encendida.

RD: ¿Cómo llegan las historias a tu mente?, ¿en qué te inspirás?
LM: En el oído. En el olfato. Y como lo que más fácil llega al oído es un ruido de martillo, y como lo que más fácil llega al olfato es la mierda, entonces el fondo de cualquiera de mis historias suena a martillo y huele a mierda.

RD: ¿Qué concepto englobaría toda tu obra?
LM: Una carcajada en grupo y, de repente, alguien dice: “Che, de qué nos estamos riendo”. Y se quedan serios.

RD: ¿Cómo definirías tu estilo?
LM: Ah, he ahí un error de los autores jóvenes. O de los autores. Eso queda para el café, para la conversación de cama. No sería tan ingrato con el oficio como para guardarme un ambiente donde se pueda hablar de mi estilo. Espero que vaya tomando forma todo el tiempo. Que no me aburra. Que me siga dando ganas de jugar a modificarlo. Es como una pareja infeliz que descubre el boliche swinger y de repente tiene la pareja y el amor renovado. Todos los días funcionan en solidaridad con el anterior, pero con la individualidad de que tiene que ser ese día el día definitivo.Carpe Diem. Nunca falla. “Lo que se pierde en la subida, no se recupera en la bajada”, dijo Fangio. Creo en eso: en el trabajo de todos los días. Ese es mi estilo. Ponerme a trabajar.

RD: ¿Qué personaje de ficción te hubiera gustado ser?
LM: El de la película Rudy.

RD: ¿Con qué artistas de otras disciplinas te identificás?
LM: Con cualquiera que trabaje. No me gustan las mesas de intelectuales. Las largas charlas sobre lo importantes que somos. La paja a mano cambiada. No me llevo bien con el artista drogón, no me llevo bien con el que se viste perfecto, ni con el rasposo, ni con el que está “pensando” en hacer algo. No me identifico con los hipsters de Palermo ni con los profundos observadores de Constitución. No quiero conocer a Bob Dylan. Tengo amigos con los que puedo jugar a la pelota y juntarnos a escribir. No tengo ninguna estructura como artista. Todos buscan decir algo y llegar a la verdad y yo soy totalmente mentiroso.

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