Asunto Impreso

El sexo como venganza

Dentro de la tradición de las mejores novelas que abordan a los fracasados con un tinte de heroísmo, al mejor estilo de Fante o Céline (salvando las distancias), se enmarca esta novela de Luis Mey que, aquel que desconozca las virtudes de una prosa escrita en primera persona, llena de nervio, podría considerarla como autobiográfica, sin tener porque serlo. Por eso, rápidamente se construye entre el lector y el narrador un pacto que dará pie a una larga lista de confesiones que harán posible el argumento central del libro.

Escrita con ese estilo típicamente norteamericano, y con una filosofía hacia la vida en el sentido más fálico de la palabra, hasta devenir en una clase de novela “punk”, de forma que su protagonista es un destructor nato (los mejores destructores no se detienen nunca. Continúan hasta que se entierran a sí mismos…), Los abandonados es un viaje a la personalidad y las causas que llevan siempre al derrotero narrador a no importarle nada a no ser una sola cosa, tener sexo a costa de lo que sea. Es el elemento que predomina en toda la novela, como un instrumento de catarsis, el sexo. Maxi es una persona que sabe que no puede inhibir su necesidad más básica, la que le hierve la sangre y las neuronas, y no soporta levantarse cada mañana viendo que al lado de su cama no hay un “tajo”, pues lo cierto es que el tratamiento que el autor le confiere al acto más carnal, se torna en una novela pornográfica o erótica, como pudieran serlo Emmanuelle o Historia de O, en el sentido de que las descripciones de alcoba son puntillosas y explícitas. Al fin y al cabo, llegado un cierto punto, esto es lo único que importa, y las mujeres se van sucediendo una tras otra, al más puro estilo del divino Marqués. Todo lo que hace Maxi con las mujeres no es tanto por las exigencias de la libido, sino más para apaliar un sentimiento de venganza contra todo lo que le tocó vivir, el sistema, su malograda banda de rock, el consumo de drogas, la conciencia de la desdicha de sentirse abandonado, de un modo u otro, conviviendo entre abandonados. Aún así, no hay lugar para los remordimientos. 
Luis Mey hace gala de una exquisita prosa sin pelos en la lengua (a no ser en las divertidas escenas de sexo) para desmenuzar la psicosis de un “tipo” que sabe que llamar sarcásticamente a un día cargado de tragedias como “un día de suerte” significa tomarse la vida sin pedir nada a cambio. Novela que destruye toda institución, la familia, los padres, los hermanos, los hijos, las novias, etc… hasta donde uno pueda imaginar, con la excepción de los perros, a los que el protagonista les adjudica el don de ser los únicos capaces de ofrecer el amor verdadero y más fiel (…diez años de amor asegurado…) Los abandonados sabe lidiar entre el humor de una tragedia y la absurda existencia con los más detallados pensamientos sobre el hombre, así llamado, posmoderno, y la sociedad. Porque evidentemente esta historia es una historia escrita por un hombre y sobre hombres, sobre su intimidad y prejuicios hacia todo. No tiene ningún prejuicio en admitir que entre el hombre y la mujer les separan un abismo, sobre todo en lo referente al amor.
En cierto modo, el personaje no intenta en ningún momento caernos simpático, simplemente es él y nada puede hacer por evitarlo, y llegado un punto hasta lo aborreceremos enérgicamente. El autor nos esboza una personalidad abyecta ante todo, y aunque cada tanto aparezca un acto benévolo (aunque sólo lo demuestre hacia su perro Jack) es una ilusión pasajera, porque tendrá actos tan marrulleros como el abandono u otros más ruines. Es un hombre que, con tal de conseguir lo que desea no tendrá inconvenientes en arrastrarse por el fango.
Quizás Luis Mey es consciente de que se han tratado estos temas infinidad de veces, y convierte a Los abandonados en una novela que se sigue sosteniendo, de lectura imprescindible, y es gratificante constatar que los viejos tópicos o elementos ya utilizados no se repiten, sino que reaparecen con más fuerza, con una prosa ágil y desenvuelta. El haber llegado a su tercera edición, confirma que sigue convocando a nuevos lectores dispuestos a saber qué pasaba por la cabeza de un joven argentino a principios de este siglo. Demoledora. 
 

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